Las pugnas entre un puñado de hombres revelan las flaquezas del morenismo. La Presidenta solo alcanza a mirar.
Corrupción, mentiras, traiciones, negocios turbios, la búsqueda del poder y el precio que se paga por retenerlo. Esas son las historias que acompañan a la élite morenista de la cual forman parte Ricardo Monreal y Adán Augusto López. Una familia que parece famiglia; una "Cuarta Transformación" que se asemeja a una camorra. Un partido que se da baños de pureza sobre su cercanía con el pueblo, pero lo engaña. Nuestra Mafia Mexicana con todo los diversos Padrinos que se pelean entre sí. Si antes los mafiosos gubernamentales operaban en el sótano, o en las sombras, ahora lo hacen en el Senado y en la Cámara de Diputados.
Quienes se dicen distintos han resultado tan iguales. Ricardo y Adán plasman la forma en que la clase política se ha comportado siempre y quiere seguirse comportando ahora. De manera sórdida. De manera torcida. Con contratos millonarios que nunca son investigados. Rodeados de denuncias periodísticas sobre negocios añejos que la FGR ignora, y canalladas que nadie se atreve a comprobar. Impugnados por manejos presupuestales totalmente discrecionales. Al margen de la austeridad, al margen del interés público. Mientras tanto, la Presidenta empequeñecida pide "cabeza fría" a un partido que desde su fundación la tiene caliente. Y cuarteada.
La pugna personal entre un puñado de hombres revela las flaquezas del morenismo. Desde la fundación de la izquierda partidista vía el PRD, las múltiples izquierdas no han logrado institucionalizarse, disciplinarse, trascender la confrontación entre sus distintas tribus. El clásico libro de Kathleen Bruhn, Taking on Goliath: The Emergence of the New Left Party and the Struggle for Democracy in Mexico explica las contradicciones internas que dan pie a las confrontaciones abiertas. El perredismo luego transmutado en morenismo nació bajo la sombra del caudillo, y lograba mantener la unidad precaria siempre y cuando el prócer impusiera su voluntad personal. Cárdenas aglutinó a las corrientes en torno a su voluntad, y AMLO lo hizo también. La fusión de las múltiples izquierdas se dio en torno a un hombre y no en torno a una ideología. Y hoy que falta ese hombre -o que no puede operar de manera abierta-, Morena no se disciplina ante una mujer. A diferencia de López Obrador, ella no es vista como la líder política y moral de su partido. Cuenta con otras armas para incentivar la disciplina pero le falta ese garrote crucial.
Una de las paradojas del poder que tiene Claudia Sheinbaum es que se ha visto obligada a compartirlo. Lo comparte con López Obrador y las instrucciones que sigue enviando desde donde esté. Lo comparte con Ricardo Monreal y Adán Augusto López y las agendas que ambos impulsan para beneficio propio. Lo comparte con los gobernadores y los criminales que han infiltrado a las autoridades estatales y municipales. Lo comparte con Andrés Manuel López Beltrán y las aspiraciones que su padre tiene para él. Lo comparte con los militantes radicales y robespierrianos que la machucan cada vez que da muestras de moderación. AMLO podía ser un Presidente imperial, pero Sheinbaum es una Presidenta podada. Él era visto como el dueño del panal, pero ella no es percibida como abeja reina. Por eso los forcejeos, y las pugnas, y las reformas que Sheinbaum solo alcanza a justificar en la mañanera, luego de su aprobación. Puede dar premios como los puestos a Javier Corral o a Cuitláhuac García o a Pedro Kumamoto o a Rutilio Escandón. Pero no tiene la fuerza para contener o para castigar.
El pleito entre líderes, famigliares, corrientes y contracorrientes no evidencia la "democracia" y la "pluralidad" dentro del partido o del movimiento. Exhibe las fuerzas centrífugas en contienda permanente por un pedazo del presupuesto, una porción de poder, una bolsa del botín. Exhibe la debilidad de Claudia Sheinbaum y no su fortaleza. Es la Presidenta que domina todo sobre el papel, pero controla poco en la práctica.
Los criminales dentro de Morena la rebasan y las acusaciones entre Monreal y López tan solo lo demuestran. Nos han convocado a asomarnos a la cloaca de un clan. A presenciar las actividades de personas esencialmente amorales. A contemplar las trampas que hacen, los abusos que cometen, las mentiras que dicen, en vivo y a todo color en los pasillos del Congreso. Son la versión morenista de Los Sopranos y en esa mafia, la Presidenta no manda. Solo alcanza a mirar.