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Jorge Volpi

MAGA 4T

JORGE VOLPI

La Presidencia. El Senado. La Corte. Y, muy probablemente, la Cámara de Representantes. En contra de numerosos pronósticos -o del infundado optimismo de los demócratas- los electores decidieron otorgarle todo el poder a Trump y los republicanos. Sin controles institucionales. Sin ningún contrapeso. La situación en México no es muy distinta. La Presidencia. El Senado. La Cámara de Diputados. Y, desde este mismo martes, la Corte (y el Poder Judicial al completo, bajo la apariencia de una elección democrática). Lo mismo: en contra de numerosos pronósticos -o del infundado optimismo de la oposición- los electores decidieron otorgarle todo el poder a Sheinbaum y a la Cuarta Transformación. Sin controles institucionales. Sin contrapesos.

No comparo aquí las ideologías, que no podrían resultar más antagónicas: del lado de allá, un conservadurismo que se ha abismado de lleno en el fascismo; del de acá, un conservadurismo disfrazado de progresismo con tintes cada vez más autoritarios. Me interesa señalar, más bien, la coincidencia de las estrategias, idénticamente exitosas, y la base electoral que tanto Trump como López Obrador han logrado construir y ampliar en sus respectivas naciones, una explicación adicional a la insólita sintonía que desplegaron cuando los dos coincidieron en el poder.

En primer lugar, ambos diseñaron sus respectivas figuras públicas a partir del mismo patrón: el outsider que, tras remontar un sinfín de obstáculos, se propone desmantelar la corrupción del Antiguo Régimen y enlazarse, nostálgicamente, con un pasado remoto que se asume glorioso: MAGA vs. la 4T. Más relevante, en ambos casos, es la instrumentalización de las frustraciones de la clase trabajadora o de los más pobres a partir de la invención de enemigos a los cuales echarle la culpa de todos los males del presente: allá, los migrantes y la globalización; acá, "nuestros adversarios conservadores" y el neoliberalismo. Que el objetivo de sus diatribas sea opuesto, no altera la identidad del ejercicio: una ficción a partir de la cual tejer un discurso capaz de convencer a millones de que nadie los representa mejor.

La mayor paradoja -y en la que reside su perversidad- consiste en haber convencido a esos desplazados o desfavorecidos de que el trumpismo o el obradorismo luchan contra los culpables de su desgracia, cuando en realidad a estos se les concede todo lo que quieren. En efecto, en un lugar y otro los grandes beneficiarios de la transformación o del cambio son personajes como Elon Musk o Carlos Slim, por poner los nombres más visibles, epítomes de la inmensa riqueza que se obtiene gracias justo a esa globalización neoliberal que tanto MAGA como la 4T afirman combatir. El trumpismo y el obradorismo cierran, así, la pinza perfecta: una alianza -invisible y contranatura- entre los más pobres y los más ricos, entre los obreros y los multimillonarios, entre las capas más bajas y las más altas de la pirámide social.

Esta pinza es la que permite victorias tan arrolladoras como las que hemos contemplado. Una vez obtenidas, tanto unos como otros se sienten legitimados para asumirse como voceros -y auténticos dueños- de sus naciones. El pueblo ha hablado y ellos son los únicos interlocutores válidos de ese pueblo: otra ominosa ficción. Por ello, en aras de la democracia -de su democracia-, están dispuestos a desmantelarla desde dentro: aborrecen cualquier control o contrapeso, identificado por fuerza con la corrupción previa. Y a partir de allí, se despliega su pulsión autoritaria: el trumpismo o el obradorismo no se asumen como gobiernos transitorios, como debieran serlo en cualquier sitio, sino como movimientos permanentes, destinados a perdurar por décadas, dispuestos a lo que sea para no apartarse del poder.

Por desgracia, si MAGA y la 4T comparten modelos y prácticas, resultan ideológicamente incompatibles: de allí el inmenso peligro que, pese a la inesperada sintonía alcanzada entre sus líderes cuatro años atrás, hoy se cierne sobre nosotros. Sheinbaum no es López Obrador y esta vez Trump no descansará hasta poner a su gobierno -y a todo México- a sus pies.

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