Menos ideología y más vida
En una mesa de café nos reunimos cuatro mujeres, misma generación, valores similares, recuerdos compartidos, aspiraciones promedio y con mucho cariño de por medio. Luego de las consabidas actualizaciones de familia, trabajo y viajes, nos metimos en temas relacionados con el comportamiento humano, la política y sociedad.
Comentamos sobre los argumentos de un gran conferencista que estuvo en La Laguna, quien expuso un tema que nos dejó pensando a muchos y que planteó a manera de pregunta: ¿Progreso o trastorno cultural? Y el planteamiento sobre el que nos concentramos fue: ¿qué habíamos tenido que sacrificar cada una de las cuatro en aras del desarrollo profesional y esta necesidad de progreso y de permanecer vigentes en todos los ámbitos?
Y es que, según lo expuesto por el speaker, el progreso ha afectado la axiología tradicional, la vida por consecuencia, la familia y la libertad.
Lupita fue la primera que levantó la mano para hablar: “Es que los seres humanos estamos en constante cambio. Lo que sirvió en el pasado ya no tiene sentido en el presente, no podemos quedar atrapados en la forma y no evolucionar, hay que adaptarse, y si los hijos no quieren tener familia, es su decisión, y aunque no coincidamos, debemos respetar lo que ellos decidan”.
Martha frunció el ceño y presta, respondió: “No estoy de acuerdo con lo que dices, Lupita. Tú sabes que yo te quiero mucho, pero eso no quiere decir que disienta. La familia es el núcleo de la sociedad y, por lo tanto, tenemos que proteger a la institución y promover desde que los hijos están pequeños, que la pareja es para toda la vida y que los hijos fortalecen esos vínculos”.
Observé la reacción de Laura, que parecía estar haciendo un ejercicio de paciencia y no tenía la intención de quedarse callada. Ella es una mujer que se concentró en su carrera y en su desarrollo personal. A diferencia de Lupita y Martha, ella no vive en pareja y no tuvo hijos, es evidente que su manera de pensar pudiera ser distinta: “Los seres humanos tenemos libre albedrío, somos in-di-vi-duos, (partió la palabra en sílabas), nacemos en una familia que no escogimos, la cual nos inculcó valores, creencias, prejuicios y nos señaló una manera de pararnos frente a la vida. En el transcurso de la existencia fuimos influenciados por otros seres humanos, de manera especial por los amigos y a eso se suma el momento histórico, político, social y económico que nos toca. Todo eso es lo que nos determina. Hay instituciones que pierden vigencia y tenemos que aceptarlo. La misa ya no se da en latín, las mujeres facturamos, la libertad sexual se ejerce nos guste o no, ya hay mujeres presidentes al frente de los gobiernos, la tecnología nos ha dado bienestar y al mismo tiempo nos ha puesto en jaque, lo que hay que enseñar a los hijos y yo, a los jóvenes con quienes convivo, es a que asuman las consecuencias de sus decisiones y defiendan con convicción sus valores, más en un tiempo donde la manipulación es la constante”.
Creo que todas esperábamos que su postura fuera esa. Es cierto, fue un tanto incómodo porque confronta. Mientras las escuchaba, venían algunas ideas que registré con más claridad de la conferencia y pasaban en mi mente palabras como hiperindividualidad, redefinición, reconfiguración, ideología, transhumanismo, hiperfragmentación, progreso.
Pensaba también en esa necesidad de diferenciación que ronda hoy en el ambiente y que se traduce en una diversidad estética. Pensaba en quienes se identifican a sí mismos como un objeto, un animal, un ser distinto al que son. Pensaba en esa persona que se casó consigo misma, hecho que se denomina “sologamia” y que, a decir de esta mujer, lo hizo con plena consciencia, en un acto de amor propio, un compromiso personal y autoaceptación. Pensaba en Byung Chul Han y su libro La agonía de eros, el cual propone que el eros se agota por la cosificación del individuo.
Pensaba en los “perrhijos” que sustituyen a los hijos y la razón que un joven dio al respecto: “El mundo es un caos, no va a haber agua, ni alimentos, todo mundo hace lo que quiere, la amenaza de las guerras, de las drogas, de la crisis ambiental. No, no está padre tener hijos así”.
Después de tres tazas de café, me preguntaron cuál era mi opinión. Sólo acerté a decir que me quedó claro: pertenezco a una generación que tiene a Dios en el centro y que cree en la bondad del ser humano, que la tecnología es para usarse y no para que nos use y que no nos podemos dar el lujo de no pensar en los demás, que el orden sí se hizo después del caos.