Dos tendencias dominan el horizonte del último año del primer cuarto del siglo XXI. Una es la geopolítica militarista. La otra, la defensa geoeconómica. Con la primera, el mundo experimenta un escenario de inestabilidad y creciente militarización. Con la segunda, las grandes fuerzas económicas se reagrupan bajo intereses nacionalistas. En las últimas semanas ha quedado claro que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se está preparando para la guerra. Y el enemigo es el Eje Moscú-Pekín-Teherán-Pyongyang, la Entente Euroasiática.
La semana pasada en Bruselas, Mark Rutte, secretario general de la OTAN, reafirmó como autoridad política lo que Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la OTAN, había dicho hace un mes en la Conferencia de Seguridad de Berlín. Inició con Rusia, de quien dijo "se prepara para una confrontación a largo plazo. Con Ucrania. Y con nosotros". Continuó con la Entente de Eurasia: "Rusia, China, pero también Corea del Norte e Irán, están trabajando arduamente para tratar de debilitar a América del Norte y Europa, para socavar nuestra libertad". Y remató con un llamado a la acción en consecuencia: "es hora de adoptar una mentalidad de guerra y de impulsar nuestra producción y gasto en defensa". Según Rutte, el objetivo es prevenir una guerra mundial fortaleciendo el gasto en defensa. Es decir, hacer la paz a través de las armas. Una idea muy parecida a la que tiene el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El arco de conflictos y tensiones globales va desde Europa Oriental hasta Asia Pacífico. Los puntos críticos son Ucrania, Palestina y Taiwán. Pero no son los únicos. El mar Báltico, todo el Levante Mediterráneo y la península de Corea han visto elevar su temperatura en los últimos meses. Todo esto mientras Estados Unidos se prepara para el arribo de un Trump recargado que dice buscar la paz, aunque la realidad indica otra cosa. Dados los movimientos e intenciones del magnate republicano en los últimos días, y las señales que llegan desde Bruselas y Tel Aviv, considero que el futuro presidente de Estados Unidos quiere que los aliados europeos de la OTAN se hagan cargo del frente de Europa Oriental, y que Israel reconfigure la correlación de fuerzas en Oriente Medio. El foco de Washington estará en Asia Pacífico. Geopolítica pura.
Un indicador que muestra con claridad el afianzamiento y la proyección de la tendencia militarista es el gasto en defensa. En 2023 el mundo gastó en armar a los ejércitos 2.4 billones de dólares, de los cuales 37 % corresponden a Estados Unidos. Es la cifra más alta desde el fin de la Guerra Fría. Desde 2017, el gasto militar no ha dejado de crecer y romper récords. En 2024 el presupuesto de defensa global casi llega a los 2.5 billones de dólares y se espera que para 2025 alcance los 3 billones. La OTAN, que aglutina a 29 países de Europa y dos de América, subirá el piso de gasto militar de 2 a 3 % del PIB. Rusia, por su parte, ha anunciado un incremento de casi 30 % en su presupuesto para el próximo año. Y estoy hablando sólo de presupuestos, falta ver cuánto en realidad terminan gastando con todo y las partidas ocultas que aparecen como gastos en otros rubros, pero que terminan engrosando las capacidades bélicas de los países. Para mí no hay duda: estamos en una nueva carrera de armamentos. Otros países, entre ellos, Estados Unidos, comienzan a migrar hacia una economía de guerra como lo ha hecho ya Rusia.
Pero los objetivos geopolíticos no sólo impulsan el gasto militar, también obligan a reorientar las economías nacionales. Aquí es donde la geoeconomía cobra un nuevo sentido. Y las alianzas o ejes no sólo se dan entre países, sino también entre grandes capitalistas y los gobiernos… como hace poco más de un siglo. Cuando el Imperio alemán del káiser Guillermo se dispuso a competirle al Imperio británico el primer puesto como potencia económica y militar, reclutó al industrial más rico de Alemania: Fritz Krupp. La familia de éste llevaba varias décadas a la cabeza del insumo tecnológico del momento: el acero. Krupp ayudó abiertamente a su amigo Guillermo a construir una poderosa armada y a equipar un enorme ejército. Gracias a esta alianza entre capital industrial privado y poder político, alimentada de nacionalismo y proteccionismo, el Imperio alemán desafió la hegemonía británica como ninguna otra potencia lo había hecho. El káiser le pagó a Krupp con creces, incluso permitiéndole entrar en la política. Desde el Reichstag, el magnate del acero impulsó iniciativas para fomentar el armamentismo alemán y, de paso, beneficiar a sus empresas con jugosos contratos bajo la justificación de preparar a Alemania para el inevitable conflicto con Reino Unido. El polvorín estalló en 1914, cuando Gustav Krupp ya estaba al frente de la compañía acerera y cañonera.
Algo muy parecido ocurre con Donald Trump y Elon Musk. Como Krupp en su momento, Musk es poseedor de tecnologías de punta. La movilidad autónoma aérea, marítima y terrestre y la propulsión de cohetes son hoy elementos que pueden marcar la diferencia en la disuasión y el campo de batalla. La supremacía tecnológica es supremacía militar. Y la llave parece tenerla Musk, el Krupp de Trump. Ya lo había apuntado yo en otra ocasión: la principal capitalización del dueño de Tesla y Space X está hoy en la geopolítica. Por eso, Musk es hoy un jugador geoeconómico de primer orden. Es sintomático de esta tendencia que Tesla Inc. haya obtenido su mayor crecimiento de valor en bolsa con el triunfo de Donald Trump el pasado 5 de noviembre. Este hecho político logró lo que no consiguieron la exposición de innovaciones ni el reporte de ganancias de la empresa en octubre. Hoy Elon Musk se prepara para incursionar en el poder político como funcionario del gabinete de Trump, junto con una docena de multimillonarios. Esto es más que una alianza entre el gran capital y un gobierno nacionalista.
Si en la era de la hiperglobalización (1980-2020), el poder político se puso al servicio del poder económico para aumentar la rentabilidad de éste, hoy asistimos a la toma del poder público a manos del poder privado en la primera potencia del mundo. ¿Qué obtienen los halcones que llevaron a Trump al poder? Un Estado con capacidades materiales y tecnológicas más grandes y más concentradas para hacer frente a China, un estado cuyo inmenso poder centralizado le reporta una de sus principales ventajas. A cambio, Trump le ofrece al gran capital los contratos para renovar y crecer las fuerzas armadas. ¿De dónde saldrá el dinero? De los recortes presupuestales que, "casualmente", Elon Musk, junto con Vivek Ramaswamy, otro empresario tecnológico, aplicará desde la cartera que le ha asignado Trump. Esta es la defensa geoeconómica dentro de la nueva geopolítica militarista. Juntas forman el tándem de tendencias que debemos observar en 2025 si no queremos que la realidad nos tome con los dedos en la puerta.
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