San Virila salió de su convento y tomó el camino que llevaba al pueblo. Iba en busca del pan para sus pobres.
Un niño buscaba nidos en la más alta rama de un alto árbol. Se quebró la rama, y el chiquillo se precipitó en una caída de esas que reciben el nombre de vertiginosas. Seguramente iba a perder la vida. San Virila. Sin embargo, hizo un ademán, y el pequeño bajó con lentitud por el aire y llegó sin daño al suelo.
Pasaba por ahí un filósofo -en aquel tiempo aún había filósofos- y se asombró, dijo, al ver que con su milagro el frailecito alteraba las leyes naturales.
-Nadie puede alterar las leyes naturales -lo corrigió Virila-, ni siquiera el que las hizo. Lo que sucede con los milagros es que algunas veces las leyes naturales se vuelven sobrenaturales.
El filósofo no entendió la explicación de San Virila. El niño le preguntó al santo:
-¿Puedo subir al árbol otra vez?
San Virila, pese a su santidad, le dio un coscorrón al cabezudo. Le explicó al filósofo:
-Algunas veces las leyes sobrenaturales deben volverse naturales.
¡Hasta mañana!....