Año de 1577. Un grupo de hombres de la Europa se dirigían a buscar oro en el norte de la Nueva España. Tras cruzar el desierto se toparon con un oasis de verdor, un valle en cuya altura brotaba un salto de agua pequeñito. Era el 25 de julio, día del apóstol Santiago. El clima bonancible, la tierra promisoria, la abundancia de manantiales los invitaron a quedarse. Fundaron una población a la que dieron el nombre de Santiago del Saltillo.
Ahí no había oro, pero había algo mejor: pan. Soldados que eran, se hicieron labradores. En una mano llevaban el arado y en la otra la espada. Debían defenderse de los "bravos bárbaros gallardos" que merodeaban en las serranías cercanas. Para darles ejemplo de paz hicieron venir a nobles y laboriosos tlaxcaltecas que llenaron de huertos la comarca y nos legaron herencias muy valiosas: el sarape, el pan de pulque, las danzas de matachines, el membrillo y el perón.
Este día mi ciudad cumple años. Es una joven anciana de la que estoy perpetuamente enamorado. La abrazo, y le canto las Mañanitas desde mi atardecer.
¡Hasta mañana!...