La lluvia es mansa, y por lo tanto buena. Cae en silencio, como si no cayera, y no se va: se queda, esperanza de pan sobre la mesa.
Si no me lo estorbara la razón iría a la huerta. Ahí abriría los brazos, como el árbol de la manzana o la ciruela, y me acariciaría esta lluvia suave y tierna. Me lavaría el alma y me la dejaría nueva, sin rencores o envidias que envenenan.
Se va la tarde ya. La noche llega. Las sombras bajan lentamente de la sierra. Bueno sería tener aquí una vela, pues con el momento no va la luz eléctrica. Lo que va es la nostalgia, el recuerdo de las pérdidas, la memoria de lo que ya se fue y el azoro de lo que aún no llega.
No pienso, porque el pensar desasosiega, pero esta callada lluvia algo me enseña: a hacer el bien en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Prédica de moral me salió ésta. A ver si la lluvia se la lleva.
¡Hasta mañana!...