Por estos días no se enciende lumbre en la cocina de la casa de Ábrego. Son cálidas las noches veraniegas, y la taza de té de yerbanís cede el lugar al fresco vaso de aguamiel.
Don Abundio cuenta un sucedido de doña Rosa, su mujer.
-Íbamos por la labor -relata-, yo en el burro y ella a pie. Doña Florentina nos vio, y desde la puerta de su jacal le preguntó a Rosa:
-¿Por qué dejas que él vaya en el burro, y tú caminas atrás de él?
Le contestó mi vieja:
-Porque lo quiero descansado pa' hoy en la noche.
Todos celebramos el relato, menos doña Rosa. Masculla con disgusto:
-Viejo hablador.
Don Abundio forma con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura con solemnidad:
-Por ésta.