Con estas lluvias el campo del Potrero se ha llenado de pequeñas flores amarillas. Según Van Gogh el amarillo es el color de Dios. Parece entonces que el Señor ha tendido su manto sobre el valle.
No tiene nombre esta diminuta flor. Ni siquiera el más pequeño nombre cabria en su corola. Lo que sí cabe en ella es todo el universo. En sus pétalos están la tierra, el sol, el agua. Y estoy yo, que contemplo maravillado esta maravilla.
Voy por el camino y advierto que un palo de la cerca se ha caído. Para volver a colocarlo sería necesario pasar sobre las flores. Decido dejarlo como está. Pisar una sola de estas flores sería sacrilegio. Sería como pisar el rostro del Creador.
Se irán las lluvias y la sequía vendrá. Desaparecerá este oro convertido en flor. Pero en el recuerdo seguirán floreciendo las pequeñas flores, y ahí perdurarán. En el recuerdo la belleza jamás muere.