DICE DON ABUNDIO EL DEL POTRERO:
-Si yo no creo en los aparecidos ¿entonces por qué se me aparecen?
Cuenta que la otra noche fue a la casa grande a ver si no había goteras causadas por la intensa lluvia. En la oscuridad de la sala miró una sombra blanca. Era el espectro de doña Guadalupe de la Peña y Peña, a quien él conoció en vida siendo niño. La recordaba bien, y guardaba la memoria de aquella dama siempre triste, silenciosa siempre, igual que silencioso y triste se veía ahora su espectro.
Nada le dijo ella a don Abundio. Pasó como una sombra entre las sombras y se perdió en los aposentos interiores. El viejo campesino salió de la casa y cerró la puerta con dos vueltas de la llave.
Despertó a su mujer, que dormía ya, y le contó lo sucedido. Ella le preguntó:
-¿Cuántos mezcales te tomaste después de la cena?
Don Abundio piensa ahora que es más difícil tratar con los vivos que con los muertos. Yo pienso que tiene razón.