Me habría gustado conocer a Frank B. Gilbreth, ingeniero que con sus estudios de la eficiencia de movimientos en las plantas industriales ahorró millones de dólares a las empresas norteamericanas.
Mister Gilbreth no sólo fue eficiente en eso: con su esposa Lillian tuvo 12 hijos. De ellos, Frank y Ernestine escribieron al paso de los años un simpático libro, Cheaper by the dozen, "Más baratos por docena", que luego fue llevado a la pantalla en una película maravillosamente actuada por Clifton Webb, Jeanne Crain y Myrna Loy.
El ingeniero Gilbreth empezó desde abajo, como se dice de los que han llegado hasta arriba. Con poca educación escolar, en su juventud se ganó la vida trabajando de albañil. Ponía ladrillos, y se dio cuenta de que su trabajo se le facilitaba más, y lo hacía con rapidez mayor -y por lo tanto con mejor ganancia-, si colocaba los ladrillo sobre una mesa, al alcance de su mano, en vez de agacharse para tomarlos del suelo. Ese fue el inicio de una carrera que le dio fama mundial.
Me habría gustado conocer a Frank B. Gilbreth. Demostró que un modesto principio puede llevar al éxito si ese principio es seguido por un trabajo tesonero y buenos hábitos personales, entre ellos el de la disciplina. Así se alcanza también el éxito mayor que puede conseguirse: la felicidad.