Tras el vidrio cóncavo de su retrato oval don Ignacio de la Peña y Peña nos mira con severa mirada de patriarca.
Fue el primer propietario de apellido Peña en la hacienda que antes perteneció a los Ábrego.
Hay quienes dicen que la ganó en una carrera de caballos.
Otros afirman que se hizo de ella en un juego de naipes en que él, carente de fortuna, apostó a su mujer, hermosa dama a quien deseaba el dueño de las tierras.
Algunos oyeron relatar que don Ignacio halló un tesoro dejado por bandidos en una cueva del monte llamado Coahuilón, y que con eso pudo adquirir la propiedad.
Estoy ahora frente a la estampa del ceñudo caballero y siento el impulso de pedirle que me cuente lo que en verdad pasó.
Me comprimo, sin embargo. (Así dicen en el Potrero en vez de “me reprimo”).
¿Quién soy yo para mover las cosas del pasado? Callo entonces, igual que calla él.
En este caso el silencio es mejor que la palabra. Y en todos los casos la leyenda es más bella que la historia.
¡Hasta mañana!...