Refugio, se llamaba, y le decían don Refugio, pero cambió su nombre por el de Cucufate.
Nombre de payaso es ése, y en payaso se convirtió él. Era funcionario importante de una institución bancaria; gozaba de magníficos ingresos y de una buena posición social: se le consideraba hombre de éxito. Y sin embargo no era feliz. Vivía, al igual que incontables seres humanos, en una desolada frustración.
Desde niño se aficionó a los circos. Admiraba las proezas de los trapecistas, el arrojo de los domadores, la habilidad de los acróbatas, pero gustaba más de los payasos. Soñaba con hacer que la gente riera, como hacían ellos.
Así, un buen día renunció a su empleo y consiguió que un circo llegado a la ciudad lo admitiera -sin sueldo- entre sus payasos. Él mismo diseñó su atuendo y creó su maquillaje, muy parecido al que usó Emmet Kelly. Escribió sus propias rutinas, y ayudó a sus compañeros a inventar las suyas, pues él había visto películas de Chaplin, Laurel y Hardy y los Hermanos Marx, y ellos no. Reía y hacía reír. Cuando la empresa le fijó un salario sintió que había alcanzado el triunfo.
Y fue feliz. Otra mejor manera de éxito no hay.
¡Hasta mañana!...