Olorosa a piano y a misal,
traía en una mano su solfeo
y en la otra mano un chal.
Una tarde lluviosa
sonriéndose dio un giro veloz de mariposa,
y en sus piernas, erguidas blancas rosas
descubiertas al vuelo del vestido,
dejé mi amor prendido
a aquella colegiala ruborosa.
Nunca le hablé, porque pensaba en ella
lo mismo que pensar en una estrella,
pero en las hojas de mi catecismo
escribía con grave misticismo
las letras de su nombre. Yo era un niño
y ella era una flor primaveral
con ojos de gacela
y perfumes de piano y de misal.
AFA.