Olorosa a piano y a misal, traía en una mano su solfeo y en la otra mano un chal.
Una tarde lluviosa sonriéndose dio un giro veloz de mariposa, y en sus piernas, erguidas blancas rosas descubiertas al vuelo del vestido, dejé mi amor prendido a aquella colegiala ruborosa.
Nunca le hablé, porque pensaba en ella lo mismo que pensar en una estrella, pero en las hojas de mi catecismo escribía con grave misticismo las letras de su nombre. Yo era un niño y ella era una flor primaveral con ojos de gacela y perfumes de piano y de misal.
AFA.
¡Hasta mañana!...