Los altares de muertos, antes ajenos a las tradiciones fúnebres del norte mexicano, han adquirido ya carta de naturalización en mi ciudad, Saltillo.
Un grupo de colaboradores nuestros en Radio Concierto, la difusora cultural de mi familia, erigieron uno de esos altares en memoria de la amada eterna.
Pusieron su retrato, el bello rostro iluminado por aquella sonrisa que le salía del alma, y frente a él colocaron las flores que le gustaban, las galas de la gastronomía saltillera que ella misma preparaba en su cocina, las oraciones que solía decir, los pequeños objetos de su vida cotidiana.
Me conmovió ese homenaje, sincero y espontáneo, a aquélla que por su sencillez y gentileza se ganó el corazón de todos los que la trataron.
Aquí les doy las gracias a quienes hicieron ese altar y expresaron en él su sentimiento. Por ellos la ausencia de la amada se hizo presencia en nuestra casa.
En ese altar de muertos ella volvió a vivir.
¡Hasta mañana!...