¿Recuerdas, Terry, inolvidable perro amigo, la primera vez que fuimos al estanque?
Eras un cachorrillo; tenías apenas unas cuantas semanas de nacido. Y sin embargo al ver el agua te lanzaste a ella y nadaste con destreza que habría envidiado un campeón olímpico de natación. "Perro de aguas", decían de tu raza los expertos. Y al agua fuiste como si la conocieras desde siempre.
Una cosa aprendí de ti ese día, Terry mío. Cuando venimos a este mundo no somos tabula rasa, como dijo el filósofo, tabla lisa en la cual no hay nada escrito. Algo traemos con nosotros, herencia de nuestros antepasados. Somos lo que ellos fueron. Están en nosotros. Las vidas pasadas se hacen presentes en la vida nuestra.
Aquella mañana saliste del estanque y te sacudiste con profesional pericia para quitarte el agua. ¿Dónde aprendiste eso? Ya lo sabías desde antes de nacer. Lo sabías ya antes de ser.
En el vientre de mi madre ella escribió en mí, lo mismo que mi padre, y mis abuelos, y los padres de ellos, y sus abuelos, y así hasta llegar a un tiempo que se pierde en el tiempo. Lo mismo ocurrirá con nuestros nietos, Terry. Eso es lo que se llama vida eterna. La verdadera vida eterna.
¡Hasta mañana!...