Sentí profundamente el fallecimiento de mi amigo Guadalupe Pérez, de Rosarito, Baja California.
Hombre de excepcionales cualidades fue él. De modesto origen, a base de trabajo llegó a ser exitoso hombre de empresa. En su bello restorán, "El nido", gocé de interminables charlas con él y otros amigos buenos: Ángel Martín de Campo, Carlos Sánchez, el licenciado Madrigal. Desde la terraza de su hotel vi el paso de las ballenas en su migración hacia aguas cálidas.
Lupe sentía devoción extraordinaria por su madre. Cada año, en el cumpleaños de la señora, hacía una gran fiesta con centenares de invitados y música y canciones del solar materno. En el recuerdo veo a mi amigo guiando una carreta de bueyes en el ruedo de su cortijo, memoria nunca olvidada de su infancia campesina.
El misterio al que llamamos Dios determina la vida de los hombres y la duración de su estancia en este mundo. La muerte de Guadalupe Pérez nos hirió en el alma a sus amigos. Envío la expresión de mi pesar a la hermosa familia que formó con su querida esposa, tan amable y sencilla como él. Lupe nos dejó un legado de amor y de bien. Lo guardaremos siempre.
¡Hasta mañana!...