Un hombre de religión estaba predicando acerca del infierno.
Dijo de la eternidad de ese castigo. Cada mil siglos una mosca pasaría por una mole de piedra millones de veces más grandes que la Tierra, y la rozaría con el ala. Cuando a fuerza de pasar la mosca y hacer esa rozadura la enorme roca se partiera en dos, la eternidad ni siquiera habría empezado todavía. Y las penas del infierno eran eternas, infinito castigo al condenado por la justicia de Dios.
El Espíritu le preguntó al Señor:
-¿Qué está diciendo ese hombre?
Respondió el Padre:
-Está hablando mal de mí.