Me apesaró la noticia del fallecimiento de Juan Antonio González Aréchiga.
Sin merecerla, he gozado la amistad de muchos hombres buenos. Pocos de tan elevada calidad humana como él. Maestro, rector universitario, conferencista de palabra fácil, escritor sapiente, fue dueño de una acendrada fe de la cual daba testimonio en la forma mejor: con el ejemplo.
Fue fotógrafo apasionado. Primero habría salido a la calle sin zapatos que sin la cámara que lo acompañaba siempre a todas partes. Opuso a lo efímero de los instantes la permanencia de sus instantáneas. En el rico legado de sus años están los millares de imágenes que captó con su lente y con su visión de artista.
Muchas obras buenas llevó a cabo, pero su tarea mayor fue hacer el bien. Reciben los suyos una noble herencia de la cual pueden sentir justificado orgullo. Evoco los momentos que compartí con él, y vuelvo a oír sus palabras, amables siempre, siempre iluminadoras.
Quienes tuvimos la fortuna de tratarlo recordaremos con afecto a Juan Antonio, y guardaremos su memoria como algo de lo mejor de nuestra vida.
¡Hasta mañana!...