El señor llega a su casa después del trabajo. Son las 7 de la tarde. Lo esperan con impaciencia desde las 5 sus pequeños hijos, dos niños y una niña. Su mamá los ha arreglado para la ocasión. A la niña le ha puesto un vestidito color azul celeste de organdí y un gran moño blanco; a los niños los ha peinado con jugo de limón, y ambos lucen sus trajes de marinerito.
Van a un paseo importante; a ver el aparador de la Ferretería Sieber en el centro de la ciudad donde viven: Saltillo. Hay ahí un trenecito eléctrico de la marca Lionel. Al parecer esa palabra se pronuncia "Láionel", pero todos aquí dicen "Lionél".
Ese tren es una maravilla. Los niños vestidos de marinerito ni siquiera sueñan en pedirlo a Santa. Prodigio inaccesible, lo poseen apenas, según dice la fama, los hijos de dos familias ricas. El señor Suess, dueño de la ferretería, espera vender otro este año. Por eso lo ha puesto a dar vueltas y vueltas en el aparador. Los niños, nariz y manos apoyados en el cristal del escaparate, lo miran ir por un paisaje hecho de casitas de cartón.
¿Cuánto tiempo hace de ese recuerdo? Varias vidas. En la del niño que escribe esto el trenecito sigue dando vueltas.