Amo estos días porque me vuelven a mi ser de niño. No es poco retorno ése: de nuevo miras cosas para las que ya eras ciego, y otra vez sientes algo que el alma, enromada por la rutina, había olvidado ya sentir.
Ahora estoy mirando de nuevo el Nacimiento. Es casi el mismo que conoció mi infancia. Sus figuras son de barro, como yo. En cada una de ellas vive un símbolo, y todas guardan un recuerdo. Este gallito, ángel tornasolado, perteneció a mi abuela. Tenía ella dos hijas profesoras que hacía meses no cobraban su sueldo a causa de una huelga. Ocupado el pensamiento en el conflicto, causa de grave mengua para la economía familiar, mi abuela, que aquella noche recitaba la letanía del rosario, por decir: "Reina de los confesores" dijo: "Reina de los profesores"...
¡Cuánta vida, en verdad, hay en las cosas! Los antiguos creían que lloraban: sunt lacrimae rerum, escribió Virgilio en el libro primero de "La Eneida". Yo digo que las cosas también sonríen. Saben que el recuerdo pone una leve tristeza en las pasadas dichas, y un tenue velo de alegría en las penas de ayer.
¡Hasta mañana!...