El arte por sí mismo no cambia el mundo, pero sí la percepción de éste. Unas obras sobreviven gracias a esa mirada de los tiempos. Otras, bajo una forma atemporal, perduran como la victoria alada, aunque sólo sea el pedazo que se conserva en las escaleras del célebre museo. Múltiples son las formas y los medios, pero hay ciertos puntos que permanecen. Pensemos en la violencia. Batallas, peleas y sangre fueron representadas al por mayor. Por momentos, incluso, celebradas como trofeo o signo de heroísmo. La crítica vino mucho después.
"Frente al pelotón de fusilamiento", Francisco de Goya representó el asesinato del pueblo español por los franceses. El óleo lo hizo en relación a un momento histórico específico. La invasión napoleónica hacia España. El momento es tan puntual, que el cuadro se titula los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, sin embargo, más allá de la fecha histórica, la imagen plasmó la universalidad del miedo irremediable a la muerte y la resignación frente a las bayonetas. Sin embargo, la sombría escena se ilumina en la oscuridad. Más que un hecho, Goya plasmó para siempre, las formas de violencia como parte consustancial al ser humano. No algo externo, sino que emana de los más profundo de las personas. Esta visión negativa, llevó al filósofo Thomas Hobbes, en el siglo XVII, a escribir todo un tratado sobre la política: el Leviathan. El texto, todavía vigente en ese sentido.
Fascinado por el tema, dos años después, Goya realizó una larga serie de 82 grabados, bajo el título: Los desastres de la guerra. Crudos, inmisericordes, explícitos. No son la descripción de la guerra, sino el repudio. Al mismo tiempo, muestran la mirada desencantada sobre el hombre. El artista no cree en la civilización, sino que desconfía de ella. Ve su naturaleza descarnada.
Bajo esa misma línea, Pablo Picasso se inspiró en la obra de Goya, para pintar el Guernica, en plena Guerra Civil española. En 1937, los aviones de la Luftwaffe, bombardearon a la indefensa población de Guernica. De manera indiscriminada, hicieron aquella atrocidad. No muy diferente de lo que ahora la prensa documenta en medio Oriente. Impactado por la maldad de aquellos actos, pintó un enorme lienzo en blanco y negro. Los gritos, la desesperación y los pedazos rotos, lo dicen todo. Sin embargo, esa imagen se repite una y vez, como si todo volviera a empezar. Nada aprendemos. Sin freno, sin rubor, frente a todos se repite.
En otra época y circunstancias, Fernando Botero realizó una secuencia de pinturas para documentar los abusos y brutalidades en la prisión de Abu Ghraib. Recuerdo bien la explicación que dio al respecto. No pretendo cambiar lo que sucede, pero sí documentar para la memoria. La indignación se vuelve arte, pero a la vez ofrece al espectador una mirada que lo conduce a la denuncia. Como vemos, hay en esa tradición del arte, un conjunto de obras que nos cambian la mirada. Nada más contrario a nuestros tiempos. La mirada no está en el arte, sino en la agresión al mismo. Nada más baladí que arrojar sopa a un vidrio blindado, para difundir un mensaje que pretende cambiar al mundo. Agredir unas obras, incluso a la obra más famosa de todas, como es la Mona Lisa de Leonardo da Vinci en el Louvre, no cambia nada. Acaso, añade más anécdotas al fantástico historial de la obra. Ese cuadro misterioso y brillante ha pasado por todo: robo, una pedrada, algún pastel y ahora sopa. El propósito, llamar a una alimentación "sana y sostenible". Para el caso, mejor colgar milagritos y exvotos a fin de frenar el calentamiento global. Entre tanto, las masas que se cuentan por miles diariamente rodean la obra y apuntan con sus teléfonos. De pronto, la sociedad de los likes y las selfies, ve cómo se pretende cambiar al mundo con una sopa. Para qué decir más.
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