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Mónica Ponce: la coahuilense que explora las entrañas de la tierra

Es pionera de la Espeleología en Coahuila, ciencia que se dedica al estudio y a la exploración de las cavidades subterráneas

Adentrarse a las entrañas de la tierra es como un viaje de autodescubrimiento, un tributo a la curiosidad, el valor y la belleza.  (DANIELA CERVANTES)

Adentrarse a las entrañas de la tierra es como un viaje de autodescubrimiento, un tributo a la curiosidad, el valor y la belleza. (DANIELA CERVANTES)

DANIELA CERVANTES

“Cuando ingresamos por primera vez a una cueva, alteramos un entorno prístino, único, y lo que menos queremos es dejar huella”.

Mónica Ponce

La primera vez que ingresó a una cueva lo hizo sin conocer nada del mundo subterráneo. Pero… ya cobijada por esa atmósfera, poco a poco y al observar todo lo que ahí se alojaba, quedó maravillada con lo que acontece en el subsuelo. Hace 23 años, sin querer, se convirtió en una exploradora de las entrañas de la tierra.

Mónica Ponce es pionera de la Espeleología en Coahuila, que, en una definición formal, es la ciencia que se dedica al estudio y a la exploración de las cavidades subterráneas.

En un grupo de 10, durante un tiempo, Mónica fue la única mujer que se animó a explorar las cavernas, y no sólo de Coahuila, sino de varios estados de la República. En sus primeros años exploratorios, escuchó comentarios machistas de parte de los ejidatarios que custodiaban las cuevas, pero ella hizo caso omiso y siguió penetrando la tierra. Incluso, fundó la Asociación Coahuilense de Espeleología A.C., que actualmente lleva más de dos décadas dedicada al estudio de las cavidades naturales del subsuelo. Además fue más allá y actualmente es reconocida en el ambiente de la espeleología internacional.

A la fecha, no sabe con exactitud cuántas cuevas ha explorado, pero sí reconoce que cada una representa una metáfora de los recovecos del alma humana. Y es que, adentrarse a las entrañas de la tierra es como un viaje de autodescubrimiento, donde cada estalactita y estalagmita representan los hitos y los desafíos que modelan nuestro ser.

Desde que ingresó a aquella primera cueva ubicada en Cuatro Ciénegas, Mónica comenzó a buscar la belleza en lugares que pocos se atreven a mirar, porque de pronto comprendió que las formaciones rocosas con las que se topa en cada exploración son como obras de arte que la naturaleza ha esculpido a la largo de milenios. Y es que en su labor no sólo desvela secretos geológicos, sino también encuentra poesía en la simetría y en el caos de estas creaciones naturales.

Sin embargo, Mónica también es consciente de que explorar mundos subterráneos implica una serie riesgos. Por ejemplo, el tener que encarar la oscuridad descomunal que ofrecen las cuevas, así como los hongos o los animales que habitan en ellas. 

Otro punto, sabe, son los retos que exige esta ciencia, que además de requerir habilidades físicas y conocimiento, el explorador también debe ser dueño de un espíritu inquebrantable para superar las adversidades de las cuevas. Por ello, la labor de Mónica Ponce, la exploradora de las entrañas de la tierra, es un tributo a la curiosidad, el valor y la belleza. A través de su exploración en las cavernas, nos invita a descubrir no sólo las maravillas ocultas bajo la tierra, sino también a develar las profundidades de nuestra propia humanidad. 

En su misión subterránea, la ciencia y la poesía se entrelazan, recordándonos que el conocimiento y la belleza son dos caras de la misma moneda. La espeleóloga coahuilense, armada con su espíritu indomable y su pasión por lo desconocido, nos invita a mirar más allá de la superficie y a encontrar poesía en los lugares más inesperados. Aquí un diálogo que este diario mantuvo con la especialista del subsuelo… 

¿Por qué te maravilló el mundo subterráneo?

Siempre les había tenido respeto a las cuevas, y nunca había entrado sola, hasta que conocí a Tullio Bernabei y salí a explorar con él. La primera vez que entramos a la Cueva de las Espinas, en la Sierra de San Marcos y Pinos, en Cuatro Ciénegas, quedé totalmente asombrada y dije 'yo quiero aprender esto, quiero dedicarme a esto'. 

Antes trabajaba como productora de televisión, tenía mi propia agencia de producción de televisión y cinematografía, también trabajaba como redactora de noticias en la  XESJ en Saltillo y estaba becada por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, y en ese entonces realizaba un documental sobre cactáceas. 

Recuerdo que me mandaron a cubrir una nota periodística al Museo de las Aves, lo que antes era el Instituto Coahuilense de Ecología, llegué tarde y lo primero que vi, a la entrada, fue una pantalla gigante en la que pasaban tomas áreas de Cuatro Ciénegas, y como yo estaba haciendo el documental de las cactáceas, pensé 'necesito que quien hizo esto me critique lo que yo estoy haciendo', porque en la carrera de Comunicación no tuvimos un maestro de cine, ni tampoco alguien que hubiera hecho un documental, y no sabía si lo estaba haciendo bien, y quería que alguien criticara mi trabajo, así que hice la entrevista para la radio, y después pregunté sobre el documental que pasaban a la entrada y ahí estaba Tullio Bernabei, quien además de ser cineasta era espeleólogo. 

Después de la entrevista y de saber de mi interés por el documental, me dijo, 'si quieres que critique tu material vente a Cuatro Ciénegas mañana a explorar una cueva'. Y sí fui. Ahí empezó todo.

Por ahí leí una frase que dice: 'un hombre inteligente puede ver el mundo desde una cueva, mucho mejor que un estúpido desde la cima de una montaña', ¿Qué me puedes comentar al respecto?

(Risas) Yo creo que tanto lo que ves arriba y lo que ves abajo, es igual, nada más que abajo no tienes sol, hay cascadas, hay lagos, hay pozos más profundos, galerías, informaciones increíbles que se van formando por el paso del agua, por los gases sulfurosos. 

Pero la frase, quizá, se puede ligar a que cuando estás abajo aprendes a apreciar más la vida, porque en la exploración, muchas veces, el camino se vuelve sinuoso, porque te topas con lapsos estrechos, y ahí es cuando dices 'pudiera estar en mi casa viendo una película, pero estoy aquí arrastrándome', es decir, pasan cosas de riesgo y estás con toda la adrenalina y es ahí donde pláticas con Dios, contigo mismo y comienzas a apreciar la vida de otra manera.

¿Qué sensación se desprende cuando alumbras un lugar que por años ha estado en completa oscuridad?

Emoción. Cuando llegamos a un lugar que nadie más ha pisado, empezamos a hablar más bajito, es una acción colectiva, bajamos el volumen para no perturbar el lugar, y siempre procuramos caminar en una sola línea de sacrificio, incluso a veces apagamos todas las luces y comenzamos a respirar a qué huele la tierra, y también escuchamos con atención para saber qué hay dentro de la cueva. 

No sé cómo explicártelo, es una sensación muy bonita. También se desprende una sensación de no querer destruir nada de donde estamos parados, porque a pesar de que somos grupos pequeños, somos los primeros que llegamos a destruir el ambiente de esa cueva, porque, primero, metemos calor, cada uno de nosotros despide cierta cantidad de calor o vapor; quizá también rompamos alguna piedra sin querer, o que no te das cuenta y te golpees con un estalactita y la rompas, entonces, somos, digamos, los primeros destructores de la cueva, pero procuramos hacer el menor daño posible. 

Cuando ingresamos por primera vez a una cueva, alteramos un entorno prístino, único y lo que menos queremos es dejar huella.

¿A qué huele una cueva oscura?

Humedad, vida, y se siente una grandeza inexplicable. Esa es una sensación que todos tenemos, te sientes chiquito ante la magnitud de la naturaleza, creo que es igual a cuando llegas a la cima de la montaña, y ves todo el panorama. En el fondo de una cueva se siente igual, aunque ahí sólo alcanzas a ver hasta donde aluce tu lámpara. 

¿Qué es lo más profundo que has penetrado la tierra?

Bajé al Sótano de las Golondrinas, que son 376 metros de profundidad, está en San Luis Potosí, he estado en Naica, en la Cueva de los Cristales Gigantes, en Chihuahua, ahí recorrí sus 300 metros, lo difícil de ese lugar es caminar una cueva que es 100 por ciento humedad y está a 50 grados centígrados, tienes que entrar con equipo y con protección. También recorrí una cueva que se llama Balamkú en Calakmul, Campeche, esa cueva tiene las mismas condiciones que Naica, pero es un cenote seco que tiene 650 metros de longitud, tiene salones sin aire y salones con gases, habita la araña violín, murciélagos, incluso tiene histoplasma (hongo que crece como un moho en el suelo), por eso tuvimos que entrar con mascarillas. Asimismo, hice la Gruta del Carrizal, que no recomiendo explorar porque es peligrosa para la salud humana, nosotros fuimos protegidos e hicimos un estudio. Y en Coahuila, el Volcán es la cueva más profunda, tiene 668 metros de longitud, y yo sólo recorrí 120.

Además de requerir habilidades físicas y conocimiento, el explorador también debe ser dueño de un espíritu inquebrantable para superar las adversidades de las cuevas. (DANIELA CERVANTES)
Además de requerir habilidades físicas y conocimiento, el explorador también debe ser dueño de un espíritu inquebrantable para superar las adversidades de las cuevas. (DANIELA CERVANTES)

¿Qué encuentras en el subsuelo que no te ofrece la superficie?

Los espeleotemas, que son las concreciones que se hacen en las paredes, se va depositando lo que es el carbonato de calcio, los minerales también los va arrastrando, la gotita de agua, y se hacen formaciones que nunca he visto en la superficie.

¿Cuál es la cueva que más retos te ha presentado?

La Cueva de los Cristales Gigantes, en Naica, Chihuahua y la de Balamkú en Calakmul, Campeche.

¿Cuántas cuevas has explorado?

No llevo la contabilidad, pero normalmente con el grupo salimos una vez al mes. Sólo en el 2010 dejamos de salir por las balaceras. No las he contado, pero en 23 años no he dejado de explorar.

¿Cómo te comunicas con las cuevas?

Todas las cuevas son diferentes, por ejemplo, en el sur, en su mayoría son subacuáticas, y hay cuevas que son semiacuáticas, allá, la Cultura Maya piensa que Xibalbá vive en la profundidad, Xibalbá es el demonio que está en las profundidades, y la ceiba, que es el árbol, es la que se comunica con el inframundo, con los dioses, la rama de la ceiba comunica con el cielo, y las raíces con las cuevas. 

Y en la entrada de una cueva o en la boca de una pirámide, donde veas un jaguar, significa que ahí habita el guardián de las cuevas, entonces tienes que hacer una oración y pedir al guardián que te permita entrar a las profundidades, para que Xibalbá no te lleve más allá, esa es la creencia de los mayas. 

Acá en el norte, lo que más he visto entre los pueblos es que es a Dios o a el Rayo al quien le tienes que pedir permiso para poder entrar a las cuevas. Se hace una oración a lo que tú creas, ya sea a Dios, o al Rayo, es la costumbre de la localidad, pedir permiso para poder entrar a las cuevas, se dice que si no pides permiso, algún accidente te puede pasar adentro. Por eso antes de entrar a las cuevas realizamos una oración y mostramos respeto por esos lugares subterráneos.

Más allá de lo que sabemos, ¿Cómo definirías tú a estas cavidades subterráneas?

Las puedo definir como los pulmones de la tierra, que mientras puedan respirar, mejor, porque tienen sus entradas y sus salidas de aire, estarán más saludables y nosotros también vamos a vivir en paz, porque tendremos un planeta sustentable. 

Para finalizar, ¿por qué tu trabajo y el de todos los espeleólogos es importante en nuestros tiempos?

Porque es una ciencia multidisciplinaria, con la cual podemos desarrollar proyectos de sustentabilidad, preservación y conservación.

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Escrito en: Mónica Ponce Espeleología Ciencias

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