El mundo está cambiando vertiginosamente; lo que le llevó en tiempo a la naturaleza para evolucionar de un simple ser unicelular y llegar al homo sapiens, se requirió algo así como 4 mil millones de años. Lo que hemos necesitado para alcanzar la tecnología con vapor y la de los procesos computarizados y robotizados son alrededor de ochenta años.
Los cambios son tan rápidos que no los acabamos de digerir cuando ya hacemos uso de las novedades que, al parecer, en su momento, parecen beneficiosas. Aceptamos un costo incierto, impensado.
Recuerdo de mi adolescencia a algunas mujeres mayores, quienes consideraban "cosas del demonio" las ventajas tecnológicas que observaban, como el televisor en blanco y negro, con imágenes y sonido que en la actualidad despreciamos.
Pasar del carruaje de tracción animal a los primeros de combustión interna, generó controversia entre algunas sectas religiosas que llegaron a prohibirlos por "pecaminosos". Recuerde que hasta hace muy poco tiempo, los menonitas del norte mexicano, se negaban a utilizar maquinarias con motores a gasolina o luz eléctrica, considerándolos "contrarios a los designios de Dios".
Podríamos seguir citando ejemplos -Usted, seguramente ya recordó algunos- y en todos los casos, hemos utilizado los descubrimientos sin conocer, realmente, como funcionan y mucho menos visualizar las consecuencias.
Un buen ejemplo es el descubrimiento de los anticonceptivos, gran adelanto que permitió planificar a la familia y construir un mejor futuro -aunque aún hay quienes los condenan-; tampoco calculamos las consecuencias por su consumo.
Debieron pasar lustros para relacionarlos con tumores cancerosos en la mujer -útero o mamas- o los síndromes varicosos agravados, que requieren cirugías traumáticas.
Con el uso de los motores de combustibles fósiles, se incrementó la productividad generando grandes beneficios a la humanidad, aportando la disminución del esfuerzo físico de trabajadores y mayores ganancias.
Tarde descubrimos sus efectos nocivos en la naturaleza: contaminación de agua, tierra y aire, incluso del subsuelo, con un desgaste y descomposición que ahora amenaza a todas las formas de vida. De hecho, ya exterminamos al 50% de la fauna mundial y varias ciudades del mundo viven su "Día Cero", incapaces de dar servicios de agua.
Las modas, usos y costumbres son otra muestra; si usted es mayor a los 60 años, recordará a sus padres criticando nuestra apariencia; describiéndonos como "rebeldes sin causa", influencias de aquellas modas norteamericanas, como la película de James Dean; hoy, pudieran considerarse como "muchachos traviesos retozones", aunque algunos, ciertamente "nos pasábamos de rosca", alterando la tranquilidad social con motocicletas ruidosas -hoy juguetes de aprendiz-, algunos fumando marihuana y/o bebiendo alcohol.
Ni que decir de las críticas de las "viejitas rezanderas", que se santiguaban al ver las faldas cortas de "esas mujeres de cascos ligeros, pintadas como payasitos". Los varones con melenas despeinadas, pantalones de mezclilla acampanados, fajados a la cintura con cintos anchos de hebillas gruesas, deambulando por las calles, fumando -si se podía "de carita"- con desenfado y atrevimiento.
Las guitarras y otros instrumentos eléctricos -muy rudimentarios- daban acompañamiento a alaridos de cantantes improvisados, en tertulias tempraneras. Actualmente, una fiesta que inicia antes de las 10 de la noche, simplemente "no es pachanga".
Todo ello fue el prolegómeno marcando tendencia de lo que vendría más adelante con el salto en usos y costumbres.
Cuando creíamos haberlo visto todo, apareció la diversificación y sofisticación de los aparatos eléctricos, luego los grandes procesadores en grandes gabinetes, utilizando tarjetas de cartón; de ellos descienden todos los aparatos computacionales.
Lo que anteriormente se lograba con el paso de años de investigación para alcanzar avances tecnológicos, ahora se obtiene en meses y hasta semanas.
Los abuelos no comprendieron cómo funcionaba aquel nuevo mundo de jóvenes que se adaptaban rápidamente y ninguno previó el rumbo que tomaría la tecnología. Nosotros tampoco.
Hoy día, los investigadores buscan formas sofisticadas de penetrar en el cuerpo humano y obtener bio datos para mejorar las ofertas de salud, -algo muy positivo- aunque no previmos el incremento poblacional por mejor medicina y vejez.
Todavía más impresionante: hay investigadores que buscan como encontrar patrones en las retinas oculares para diagnosticar ansiedad o serenidad, respuestas e intencionalidad de las personas o quienes pueden ser potenciales rebeldes o criminales. Es tecnología neuro cerebral que investigan empresas como "Neuralink" de Elon Musk, claro que aún estamos lejos de lograr comercializarla, pero…
El riesgo está en la información personal que están acumulando, aprovechando los regalos que les hacemos a través de las comunicaciones digitales -desde celulares hasta tabletas electrónicas-, información que ya aprovechan los mercadólogos y políticos.
Sin entenderla, la tecnología del presente está atentando contra la privacidad; de ahí, llegar al control y pérdida de la libertad es un paso.
Piénsele, los mal intencionados podrían limitarnos posibilidades para decidir y actuar, haciendo que nuestra libertad desaparezca, al menos como la conocemos ahora. ¿Estaré exagerando?