Nos ocurre en lo individual y en lo colectivo. Cuando aceptamos en el presente ciertas realidades nocivas como "normales", preparamos el terreno para las crisis futuras. Este fenómeno ocurre en distintos ámbitos: en la política, la economía y en nuestras relaciones internacionales.
Hoy vemos tres ejemplos claros de cómo la normalización de las aberraciones degeneró en crisis o choques bélicos. Uno es el conflicto actual entre Israel y Líbano en el marco de la guerra entre el régimen sionista y el Eje de la Resistencia que encabeza Irán. Otro, la guerra entre Rusia y Ucrania. Y el tercero es el ascenso de la extrema derecha en Occidente.
Desde hace décadas, la desconfianza y la violencia han sido las marcas distintivas en la relación entre Israel y Líbano. Desde que Israel se retiró del sur del Líbano en el año 2000, las tensiones con Hezbolá, un grupo extremista respaldado por Irán, se han mantenido al borde de la guerra.
El problema es que, a lo largo de los años, esta tensión se ha vuelto "normal". Nadie espera que el conflicto se resuelva pronto y muy poco se hace para conseguirlo. Y eso es precisamente lo más peligroso. Sobre todo ahora que Israel sostiene una avasalladora cruzada militar contra los territorios palestinos. Era cuestión de tiempo para que el conflicto con Líbano también escalara.
Desde hace más de 20 años, la frontera entre Israel y Líbano está militarizada. Israel está en alerta permanente y Hezbolá ha aumentado su arsenal con misiles y armamento pesado. Ambos bandos están siempre listos para la guerra. Esta situación, aunque peligrosa, se ha vuelto parte del paisaje geopolítico en la región. Ya no extraña a nadie que existan estos niveles de tensión.
En Israel, la política se ha instalado en la derecha radical sionista. El gobierno ha endurecido sus posturas y ha adoptado políticas más agresivas so pretexto de su seguridad. Por otro lado, Hezbolá ha crecido tanto en poder militar como en influencia política en Líbano, y sigue siendo uno de los principales actores en la región que se opone a Israel. Tanto el extremismo dentro de Israel como el extremismo de Hezbolá se han vuelto la norma, y eso ha reducido las posibilidades de diálogo.
Israel se ha obsesionado con sus operaciones militares en Gaza, y aunque son condenadas por gran parte de la comunidad internacional, se han vuelto "normales". Y no es algo de ahora. Desde hace años, cada cierto tiempo, Israel lanza campañas militares abiertas o encubiertas para debilitar a grupos militantes palestinos en Gaza y Cisjordania, lo que no resuelve el problema de fondo. Sólo lo aplaza. Es un ciclo repetitivo en el que la violencia es predecible, pero no se toman medidas para acabar con ella.
El conflicto entre Rusia y Ucrania es otro ejemplo claro de cómo la falta de acción preventiva puede derivar en una estúpida guerra devastadora. Durante años, las tensiones entre ambos países fueron ignoradas o subestimadas, hasta que en febrero de 2022 estalló una guerra abierta de la que no se ve una salida cercana. Pero esta guerra no fue una sorpresa para quienes entendemos la historia y la dinámica de poder entre Rusia y Occidente. También la normalización operó a favor del conflicto.
Desde el colapso de la URSS, la OTAN ha ido incorporando países que antes estaban bajo la influencia de Moscú. Desde los años 90, países de Europa del Este como Polonia, Bulgaria, Hungría y los países bálticos se unieron a la OTAN, acercando la alianza militar a las fronteras rusas. Aunque Rusia se quejó repetidamente de esto, en Occidente se trató como algo inevitable y necesario. Se normalizó el avance de la OTAN sin tener en cuenta las preocupaciones de Rusia, lo que aumentó las tensiones.
Cuando Rusia se anexó Crimea en 2014, hubo condenas internacionales, pero en la práctica, la situación no cambió. La comunidad internacional no tomó medidas contundentes para revertir la anexión, y con el tiempo, la ocupación rusa de Crimea se volvió un hecho aceptado. Aunque Crimea sigue siendo vista como territorio ucraniano por muchos países, en la práctica, la anexión se ha normalizado.
El conflicto en Ucrania oriental, en la región del Donbás, lleva activo desde 2014. Separatistas prorrusos han estado luchando contra el gobierno ucraniano con apoyo de Moscú. Aunque ha sido un conflicto cruento, con miles de muertos, la comunidad internacional trató de contenerlo a través de acuerdos que nunca se cumplieron, como los de Minsk. Este conflicto se mantuvo en un estado de baja intensidad por años, hasta que en 2022 Rusia lanzó su campaña de invasión total.
En las democracias occidentales, otro tipo de crisis se ha estado gestando: el ascenso de partidos de extrema derecha y movimientos populistas de corte iliberal. Estas expresiones políticas han crecido gracias a problemas que fueron ignorados durante años, como el desgaste de los partidos tradicionales, la pérdida de confianza en la democracia, la caída del poder adquisitivo de las clases trabajadoras y las tensiones sociales derivadas de la inmigración. Veamos qué ocurrió.
Después de la crisis financiera de 2008, muchas personas comenzaron a perder la confianza en las instituciones democráticas liberales. Los partidos políticos tradicionales no supieron dar respuestas a los problemas de desigualdad y estancamiento económico. Esto creó un vacío que fue llenado por partidos de extrema derecha y populistas iliberales, que ofrecían soluciones rápidas y radicales. Poco a poco, la crítica hacia la democracia liberal se volvió normal, junto con las "soluciones" contrarias a ésta.
Las tensiones sociales, especialmente en torno a la inmigración, se fueron acumulando. En muchos países, los discursos xenófobos se hicieron más frecuentes como estrategia para distraer a la opinión pública de las causas de fondo de la pérdida de poder adquisitivo de las clases trabajadoras. Al principio, eran marginales, pero con el tiempo ganaron fuerza. Hoy en día, partidos con plataformas abiertamente xenófobas han llegado al poder en varios países.
Movimientos como el Brexit en Reino Unido y la elección de Donald Trump en Estados Unidos son síntomas de un problema mayor. La extrema derecha ha crecido aprovechando la frustración de las clases trabajadoras, que sienten que el sistema político no responde a sus necesidades. Este fenómeno ha debilitado a las democracias liberales, erosionando la confianza en las instituciones y polarizando aún más a la sociedad.
La normalización de problemas graves y realidades aberrantes es una seria amenaza para la estabilidad global. Los ejemplos de Israel y Líbano, Rusia y Ucrania, y el ascenso de la extrema derecha en Occidente muestran cómo la falta de acción frente a tensiones acumuladas conduce a crisis inevitables. Es esencial identificar y abordar estos problemas antes de que se agraven. El mensaje me parece claro: lo que se tolera y se normaliza hoy será el origen de las mayores crisis en el futuro.
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