En "El Político, arte de conducirse en la vida", publicado en Madrid en 1908, Azorín aborda la conducta que deben llevar rigurosamente las personas que se dedican a la ciencia de gobernar y dirigir multitudes, si pretenden destacar y sobresalir. En un lenguaje elegante, aunque no es el castellano antiguo, pero sí con un estilo típicamente español de finales del siglo XIX y un buen tramo del XX, pues vivió en él 67 años, este eminente escritor y literato estudia y analiza las diversas facetas del político en una obra que, aunque escrita y publicada hace más de cien años, tiene vigencia y actualidad.
Cuestiones desde tener fortaleza con base en un excelente estado de salud, la forma de vestir, de expresar sus ideas, de conducirse con las damas, de tener el sentido del equilibrio, desdeñar el elogio, conocer bien a la gente que lo rodea., aceptar con sencillez las distinciones, huir de las exhibiciones, ser impasible ante los ataques, hasta la serenidad en la desgracia, fingir conformidad, ser innovador, no excederse en la modestia, libros que ha de leer, saber escuchar, del discurso y su preparación, evitar el escándalo y elegir el retiro, y otros muchos temas son los que trata Azorín en su libro.
De nacionalidad española, su verdadero nombre era José Augusto de la Trinidad Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín, nace en Monóvar Alicante el 8 de junio de 1873 y muere el 3 de marzo de 1967, en Madrid, a los 93 años. Novelista y dramaturgo, ensayista y crítico literario, e incursionó temporalmente en la política, habiendo sido diputado provincial en dos oportunidades. Estudió Derecho en la Universidad de Valencia y se doctoró en la de Salamanca. En su abundante producción literaria usó varios seudónimos; en 1904 escribe tres novelas autobiográficas bajo el seudónimo de Azorín, utilizándolo definitivamente a partir de entonces: La Voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo.
"La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza. El tráfago de los negocios públicos requiere ir de un lado a otro. Su cuerpo ha de ser sano y fuerte. Recibir gentes, conversar con unos y con otros, leer cartas, contestarlas, hablar en público, pensar en los negocios del gobierno, sobre todo esto se requiere una naturaleza muy segura, muy firme para no dejarse aplanar en aquellos momentos críticos, de amargura en que los planes y esperanzas se frustran".
Este libro llegó a mis manos por un regalo que me hizo don Gabriel Castillo Domínguez, en un gesto de cortesía, lo que agradezco de manera formal y cumplida. Apasionado de la educación y la cultura, incursionó en la política, militando siempre en partidos de izquierda, por lo que fue un severo crítico del gobierno. Escribió el libro "Tomar la palabra", en el que narra y comparte sus experiencias en la lucha sindical dentro de la Sección 35 del Sindicato Nacional de Maestros (SNTE). Este libro, que también me regaló, forma ya parte de mi modesto acervo bibliográfico.
Continúa Azorín: "Tenga el político la virtud de ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir. No se desparrame en palabras; no sea fácil a las conversaciones y conferencias con publicistas y gaceteros; cuando haya conferenciado con alguien sobre los asuntos del Estado, no vaya pregonando lo que ha dicho, porque lo ha dicho y cuál ha sido la causa de que no haya dicho otra tal cosa. Si lo apretaren para que diga algo del negocio tratado, si lo apretaren informadores y periodistas, no tenga nunca una negativa hosca o simplemente fría, correcta; sepa disimular y endulzar a negativa con una efusión, un gesto de bondad y cariño, una amable chanza".
"El político debe meditar en el valor de las censuras y de las alabanzas. No conceda a unas y a otras más valor del que tienen. Es fácil ser indiferente a la censura o sobreponerse a la contrariedad que nos produce; no es tan hacedero tomar el elogio en el sentido que realmente tiene. El político habrá de pensar que son muy pocos los elogios capaces de llenar y satisfacer a una persona delicada. Un hombre vulgar se henchirá de satisfacción, ante un elogio impreso en un periódico o en un libro; un espíritu frío acaso note en tal elogio una hipérbole, una exageración, algo que traspasa los límites del elogio para entrar a los de la apología..."
"El escándalo es el mayor enemigo de los hombres de bien; tanto más alto estará el que sea su víctima, tanto mayor será el daño que se produzca. Evite a toda costa el escándalo el político. Le sucederá alguna vez que en un corrillo, en la calle, en un salón, un concurrente le veje y le maltrate injustamente; no conteste el político tal afrenta; si el adversario es un hombre insignificante, sobrepóngase a sí mismo y deje pasar el agravio. Podrá haber quedado lastimado su nombre, podrá haber quedado lleno de bochorno ante los circunstantes. No- importa; considere que si él se empeñase en esta lucha, él sería el que perdería, el que saldría lastimado o- perjudicado, puesto que el hombre ruin y vulgar que le veja no tiene nada que perder..."
"El fin que persigue el arte de vestir es la elegancia, pero la elegancia es casi una condición innata, inadquirible. No está en la maestría del sastre que nos viste; está en nosotros... Un hombre que tenga ricas ropas y vista con atuendo puede no ser elegante; puede en cambio serlo un pobre arruinado hidalgo de pueblo envuelto en su zamarra y en su capa... la primera regla de la elegancia es la simplicidad. Procure ser sencillo el político en su atavío; no use ni paños ni lienzos llamativos por sus colores o por sus dibujos. . . joyas no debe usar ninguna: ni alfiler de corbata, ni cadena de reloj, ni menos sortijas. No ponga en su persona más que lo necesario, pero que lo necesario sea de lo mejor..."
¡Ah, si nuestros políticos hicieran caso de estas reglas, y de otras que aquí no se mencionan!