Lucy Olvera sobrevivió al cáncer de mama y ahora impulsó la Asociación Civil Fundación Kim-Allison, en honor a su hija (DANIELA CERVANTES / EL SIGLO DE TORREÓN)
El cáncer de mama es una conversación constante entre el cuerpo y la fragilidad, entre la vida y la incertidumbre. Cuando la enfermedad aparece, irrumpe en el organismo como un huésped no deseado que transforma no sólo las células, sino también la forma en que habitamos el mundo.
El diagnóstico se convierte en un espejo que refleja nuestra vulnerabilidad, pero también nuestra capacidad de resistir. Cada enfermedad es una invasión, una ruptura en la narrativa de nuestras vidas. Enfrentar el cáncer es, en esencia, reconstruir una historia rota.
No la conozco en persona, pero en cuanto entra al restaurante donde nos citamos un día antes, se que es ella, no sé, pero noto que un aura especial la envuelve, a primera vista me da la impresión de alguien que ha resurgido de las cenizas. Viste de color rosa fuerte, seguro es porque atravesamos octubre, mes que enmarca al Día Mundial Contra el Cáncer de Mama, enfermedad de la cual ella es sobreviviente.
A Lucy Olvera le cayó una bomba en el mes noviembre del 2020: le dijeron que tenía cáncer de mama en etapa tres y que le quedaban tres meses de vida.
PRIMERAS SEÑALES
Tenía 45 años cuando realizando labores domésticas, Lucy se paró de puntitas en la lavadora para meter la cabeza y con los brazos estirados poder sacar las prendas que estaban clavadas en el fondo, cuando en un mal movimiento la tina la golpeó debajo de la mama y ella sintió un calambre que le recorrió todo el cuerpo.
“Me enderecé rápido, y me toqué una bolita del tamaño de un pistache con hueso, no estaba ni redonda, ni cuadrada, estaba rara. Me toque del otro lado y dije, ‘a caray, acá no tengo nada, ¿Qué será?”.
Por su cabeza, me dice, sí cruzó la palabra cáncer, pero luego ella misma la suprimió al pensar que no, que en su familia no hay antecedentes de eso, que no, que aparte ella es una mujer sana, que no, que eso del cáncer le pasará a otras mujeres, pero no, a ella no.
“Rápido fui por una pomada y me la puse. Se me quitó el dolor y me olvidé pronto de ese momento”.
Esa, la primera alarma, le sonó a Lucy en el mes de abril. No fue hasta el mes de noviembre que con más síntomas como: que el seno que se golpeó le aumentara una talla, y que este mismo tuviera aspecto de piel de naranja, sólo hasta ese momento, cuando se puso frente al espejo y observó el crecimiento, fue cuando se animó a ir al médico.
Aún así su pensar era simple: sólo iba a que le quitara rápido la bolita que sintió meses atrás en el seno para después poder regresar a Houston a trabajar y al hogar que ya tenía con su esposo y sus dos hijas.
Al llegar al consultorio, el doctor, antes de cualquier cosa, la exploró.
“Me metió la mano en la axila como si fuera un taladro y de inmediato sentí aquel dolor como cuando me pegué en el filo de la lavadora. Cuando terminó de revisarme, me la soltó: ‘claro que no te puedo quitar esa bolita, esto que tienes es cáncer’, así me lo dijo, sin anestesia y de golpe. Y todavía se me quedó viendo y me dijo: ‘¿Tienes alguna pregunta?”.
Lucy escuchó cáncer y todo se le volvió en cámara lenta. Se le nubló la vista, quedó en shock, aún así, se atrevió a preguntar “¿Cuánto tiempo me queda de vida?”.
“Tres meses porque no traes uno, sino tres tumores en la axila”, fue la respuesta que la dejó fría.
“Cómo se atreve a decirme eso si antes no me mandó a hacer una biopsia, porque todavía habría que ver, qué tipo de cáncer era, si era benigno, maligno. Pero no, me lo dijo así, y la verdad se me vino el mundo encima”.
PERDER UN SENO PARA GANAR VIDA
Luego de ser víctima de un profesional sin tacto, Lucy optó por acudir a la clínica 71 de Torreón donde fue atendida por un oncólogo, quien tras mandarle a hacer los estudios pertinentes, le anunció, un 23 de diciembre, que no, que no iba a morirse porque el cáncer sólo estaba alojado en el seno, es decir, no se había expandido a otras partes de su cuerpo.
“Así que, si te quitamos el seno te quitamos el cáncer”, celebró el doctor, recuerda Lucy, con los brazos extendidos.
Pero ella no escuchó eso de que no iba a morirse porque recuerda que le refutó: “¿Y no me lo puede salvar? No te cae el 20 de la magnitud que es la enfermedad. Porque me dice ‘señora Lucy le estoy diciendo que vamos a intercambiar su vida por el seno, y que se va a morir, pero no ahorita, y no de cáncer, se va a morir de otra cosa ya cuando esté muy viejita”.
En ese momento, me expresa Lucy, comenzó su proceso de pérdida.
Primero perdió su trabajo en Houston, después perdió su camioneta al tener que dejarla allá mientras ella se recuperaba en Torreón con sus papás, porque también se tuvo que separar de su esposo y de sus hijas, debido a que acordaron que ellos se quedarían para que las niñas no perdieran sus estudios, y él, su trabajo.
Lucy regresó a casa de sus padres para someterse a ocho quimioterapias y a una operación.
“Otra de las pérdidas que me dolió mucho fue cuando se me cayó el pelo. En la primera quimio, luego luego, como a la semana, venía manejando y me toqué el pelo y se me vino un mechón, y al seguir agarrándome, se me venían más y más mechones. Eso es muy traumático. El doctor ya me había advertido: ‘cuando se te caiga el pelo será una sensación de mucha pérdida, yo te recomiendo que te rapes inmediatamente porque vas a estar sufriendo mucho, y no queremos que entres en depresión porque el secreto de tu éxito va ser tu estado de ánimo’”.
Todo lo anterior Lucy lo vivió en cámara lenta, pero en realidad en 15 días su vida dio un giro radical. Porque un 25 de noviembre le dijeron que tenía cáncer de mamá y el 7 de diciembre ya estaba recibiendo su primera quimioterapia. “Yo termino mis quimios en marzo del 2021 y al siguiente mes, en abril, me operaron. En marzo me recupero, y en julio me dan las radiaciones”.
En agosto del 2021 Lucy resonó la campana de la clínica 71 de Torreón. Escuchó el sonido del triunfo, ese que le acentuaba que era una sobreviviente. Me comparte con los ojos vidriosos que le costó, pero que en ese momento, cuando tocó la campana, lo supo: había vencido al cáncer.
Sin embargó, el eco de ese sonido no le duró mucho, porque tan sólo ocho meses después de volver a reconocerse sana, el cáncer volvió a tocar su puerta.
“YO LE PIDO A DIOS QUE PARE AHÍ”
Después de su lucha, su hija Allison de 11 años comenzó a presentar fuertes dolores de cabeza.
“Doctor, tras doctor, tras doctor. Al mes le hacen una resonancia magnética en la cabeza, y ahí salió que tenía un tumor rabdomiosarcoma del tipo alveolar en un área no favorable, o sea que era inoperable, porque, me explicó el doctor, no había cómo entrar para sacarlo, era como un chicle pegado detrás del ojo, la garganta y el oído”.
Sólo había una opción para que su hija se pudiera salvar, y eso era que tenía que atravesar por 75 quimios, aún sabiendo que sólo podían alcanzar el 30 por ciento de probabilidad para mantenerla con vida, su familia, dijo que sí, que sí le entrarían. Y con la misma fe que vivieron el proceso de mamá, confiaron en que Allison también sería una sobreviviente.
Está vez no ocurrió como desearon. Para empezar, relata Lucy, su hija quedó ciega dos semanas después de recibir el diagnóstico.
“Al final Dios decidió recogerla el 13 de enero del 2023. Imagínate que la vida te da una tunda, y cuando apenas vas saliendo, te da otra. Son cosas súper fuertes, es como una cascada de fatalidades”.
El cáncer golpeó fuerte a su familia, por ello suplica: “yo le pido a Dios que pare ahí, que ya no haya más (cáncer) en mi familia, si había algo que aprender ya lo estamos haciendo”.
LA LUCHA SOCIAL, LA NUEVA REALIDAD DE LUCY
El cáncer arrasó como un tsunami la vida de Lucy, confiesa que en su momento, claro, le dolió perder su seno, pero después de perder a su hija, comprendió que el dolor por el que ella había pasado con el cáncer de mama no se comparaba ni un poco con la realidad de saber que no volvería a ver a Allison, su pequeña que ahora tendría 14 años.
“Antes de lo de mi hija le lloraba al seno en las noches, lloraba sola porque ya no tenía mi seno, o lloraba y decía por qué a mí tuvo que pasarme esto y cuando pasa lo de mi hija, créeme que ya nunca me he acordé de eso, más bien siempre que me baño le agradezco a Dios la oportunidad de seguir aquí”.
Lucy en vez de romperse, logró resignificar la muerte de su niña, y junto con su familia impulsó la Asociación Civil Fundación Kim-Allison, que desde febrero del año pasado apoya con donativos a niños que enfrentan algún tipo de cáncer.
Asimismo, ella se convirtió en un testimonio de lucha. Para Lucy es importante que su mensaje viaje, se expanda, necesita decir que el cáncer toca, y toca muy duro, muy fuerte.
A las mujeres alienta a que no minimicen este mes, les dice que se exploren, que estén alertas a los cambios que presente su cuerpo, para que apenas y noten algo extraño, corran con su médico, que no esperen, que nunca esperen, porque el llamado, ella bien lo sabe, puede resultar urgente.