Un joven nacido en Culiacancito, Sinaloa, y llegado desde la cantera del Atlas fue el artífice de poner la cereza en el pastel para lograr aquel campeonato; tiempo más tarde se convirtió en leyenda del club.
Diciembre 22, 1996. Llenamos nuestro viejo estadio con el silencio de la angustia, con el regreso del corazón a la esperanza, porque el ser humano tiende a valorar aquello que comprende, del mismo modo que suele despreciar lo que no.
Fuimos legiones de centuriones con un 'César': Alfredo Tena, con su corbata a rayas y su chaqueta azul, sabiendo que la ilusión es soñar despiertos, sospechando de Necaxa, con Luis Hernández, Ricardo Peláez y Sergio Zárate vestidos de arrogancia.
Cierto, la visión de la realidad está condicionada por las definiciones que les damos pero también las emociones dependen de cómo se interpretan, porque desde cero, lo que vimos fueron tigres en casacas verdiblancas a rayas horizontales que se confundían con el pasto, que estaban a todo tono, como cada grito de su gente, como cada alarido, como en el mar de los caracoles, como un mar prisionero y Caballero con Wagner se inventaron el golazo inolvidable, tocando como pianista que dibuja melodías de ensueño y entonces fuimos rehenes del futbol, amor a primera vista.
CONTRA TODO
Santos Laguna 'trotaba en corcel de Ben Hur' sobre una grama cubierta de tinieblas.
El hombre revela su carácter hasta en las cosas más simples, dicen. Esa tarde, nosotros todos, laguneros hermanados con la tolvanera y la sequía, hijos del desierto, vivimos la felicidad bajo el sol quemante, porque Galindo era un artista que miraba donde otros no podían ver, porque Pedro y Gabriel encadenaron a los demonios rojiblancos; porque José Miguel era arcotodo; porque Caballero fue un dardo; porque Wagner parecía jugador italiano; porque España ponía candados; porque Rubio era un escudo; porque Adomaitis y Nicolás eran pistones, porque Jared era una llamarada en el desierto.
SANGRE DE CAMPEONES
El futbol es la forma más bella inventada por el hombre para sentirse libres y esa tarde lo fuimos, y entendimos que los campeones se dan por algo que llevan muy dentro.
Y a los 82, Nicolás metió el centro a donde se lanzó Borgetti. Ahí, miles se estiraron con él en ese balón como si les fuera la vida, millares incluso, después de muertos. Fue como una gran luz para nuestra vieja oscuridad.
El amor sobrevive siempre. Cuando Brizio terminó el partido, aquella masa toda, fue uno solo. Ahí mismo hubo qué mandar al desolladero a todos los fantasmas acosadores no sin antes sentenciarles que tienen prohibido ahuyentar el arte.
No solo fue el primer título, sino el arribo a la élite del futbol nacional, como el gran beso al primer amor.
Ahí descubrimos entre risas, abrazos y hasta lágrimas, que la vida consiste en crearte a ti mismo y que la tierra del desierto, el viento cruel y hasta las piedras siempre serán paraíso cuando se miran con los ojos de la victoria.