Prometer no empobrece
Siempre es más fácil prometer que cumplir. Lo hemos sabido siempre, pero es especialmente cierto en el comportamiento de los políticos, y más en las campañas que en cualquier otro momento. A los políticos les gusta hacer promesas sin preocuparse de si podrán cumplirlas o no. Lo único que importa en una campaña es obtener votos. Todo lo demás es irrelevante.
Lo vemos ahora, por ejemplo, en el tema de las pensiones. Claudia Sheinbaum, la candidata del gobierno, ha prometido impulsar la nueva reforma del sistema de pensiones del presidente López Obrador, a pesar de que hace poco se hizo ya una. Si bien el mandatario decidió al final no eliminar en su propuesta el sistema de cuentas individuales, de Afores, está proponiendo cubrir el 100 por ciento del último salario en los ingresos promedio a través de un subsidio gubernamental.
Pero nadie ha hecho las cuentas de lo que esto significa. Ya las pensiones contributivas y no contributivas representan un tercio, alrededor de dos billones de pesos, del gasto programable del gobierno, que asciende a seis billones de pesos. Con el creciente envejecimiento de la población, y con los incrementos propuestos por López Obrador, podríamos estar usando para el año 2050 dos terceras partes del gasto para pensiones. Todos los demás servicios públicos, desde educación y salud, hasta seguridad, sufrirían en consecuencia. La razón de ser del Estado mexicano sería pagar pensiones.
Como si esto no fuera suficiente, Xóchitl Gálvez, la candidata presidencial de la oposición, prometió bajar la edad de jubilación de 65 a 60 años. Y para no quedar atrás, Clara Brugada, la candidata oficialista en la Ciudad de México, ofreció reducirla a 57 años. Ninguna ofreció cálculos actuariales de lo que esto significaría. Si conocieran realmente los costos, quizá sabrían que están haciendo promesas que quebrarían al Estado mexicano en unas cuantas décadas. O quizá lo saben, pero no les importa.
Sheinbaum ha prometido, además, construir ocho nuevas líneas de trenes de pasajeros que se extenderían por el país en alrededor de 18 mil kilómetros. ¿Cuánto costaría cumplir esta promesa? No lo ha dicho, pero si los costos fueran similares a los del Tren Maya estaríamos hablando de 1.8 billones de pesos, también alrededor del 30 por ciento del gasto programable. Pero como los trenes de pasajeros pierden dinero en México o en cualquier lugar del mundo, con excepción de un par de rutas cortas en Japón, el resultado sería comprometer a las generaciones futuras de mexicanos a subsidiar los servicios de trenes.
Ahí no paran las promesas. Sheinbaum promete además subir el salario mínimo y los programas sociales más que la inflación todos los años de su sexenio, sin considerar los costos que esto tendría para los empleos y para los precios. Gálvez se compromete a construir una megacárcel, como la de Nayib Bukele de El Salvador, sin saber que ya tenemos varias cárceles federales enormes de alta seguridad que no han servido en nada para combatir la inseguridad.
Si consideramos todas las promesas que han hecho hasta este momento las dos principales candidatas a la Presidencia de la República, sin tomar en cuenta las que ofrecen los candidatos a otros cargos de elección popular, nos daríamos cuenta de que suman más que todo el presupuesto de gasto del Estado mexicano. Pero esto tampoco les importa. Algo mágico debe tener la silla presidencial que convierte en mentirosos a todos los que aspiran sentarse en ella.
Estamos en tiempos de campaña, que son siempre también tiempos de promesas. Cumplirlas después no importa. Ya quien llegue a la presidencia se dará cuenta de que es más fácil ser candidato que gobernante.