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La sustancia

La sustancia.

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HUGO J. CASTRO

La culpa de todo la ha tenido René Descartes. Luego de proponer el dualismo en el que nos desarrollamos como humanos, en el cual tendremos una res cogitans que nos ayudará a entender el mundo desde la razón y sus avatares, además de una res extensa que es representada por este manojo de tendones y nervios que conocemos como cuerpo, el cual, con el paso del tiempo, se irá marchitando, a pesar de que nuestro “espíritu” mantendrá su lozanía hasta que empiece a fallarnos la mente.

El terror a envejecer ya no solo se trata de sentir que el cuerpo irá perdiendo fuerza, forma, resistencia y se convertirá ya solo en un campo en donde alguna vez hubo algo que atraía las miradas, debido a que podríamos estar dentro de los estándares de lo agradable o lo atractivo para los ojos de los demás. 

Es por ello que las industrias de la imagen del cuerpo (televisión, cine, redes y hasta la sección de los diarios o revistas sobre sociales), ha constituido en parte del desarrollo económico, social y cultural, que cada vez busca mantener satisfechos los apetitos voyeristas que hemos desarrollado desde por lo menos un siglo de exposición a los públicos masivos, por lo cual se convierte en una tarea ardua y complicada para cada mortal tratar de retrasar la condición de envejecer, que inevitablemente llegaremos algún día, porque esta es nuestra naturaleza.

Dentro de la crueldad de este aparente forzoso destino final que tenemos cada uno de nosotros, nunca como antes nuestra generación se ha dedicado a tratar de alcanzar, sino la eterna juventud, si por lo menos mantener nuestros rostros aislados de arrugas o pliegues, que frente a la cámara o al ojo del otro sean visibles, como presagio de la preparación para el fin tanto de nuestra antigua imagen y así darle la bienvenida a que el segundero nos vaya marcando que en cualquier momento finalizará este viaje.

La película La Sustancia de la directora francesa Coralie Fargeat, nos invita a que observemos encadenados a nuestras butacas y como modernos habitantes de la caverna platónica llamada sala de cine, a que no perdamos de visita lo que ella construye a base del horror interno que puede generar en cada uno la experiencia del cuerpo. Esta historia empieza con Elisabeth Sparkle, una actriz emblemática de una época, quien gracias a su belleza pudo desarrollar su talento y su carrera en un medio tan competitivo como Hollywood. 

Demi Moore realiza uno de los grandes papeles de su carrera, quien luego de ser despedida por el estudio debido a que la consideran que ya está vieja, ella tratará de mantenerse vigente en el medio cueste lo que cueste. De ahí que le propongan usar la Sustancia , que le proporcionará la posibilidad de mantenerse dentro de los estándares que exige esta sociedad tan marcada por la sobrevaloración cosmética del cuerpo, pero que por obvias razones no incluye todo aquello que el mismo cuerpo puede ser diametralmente opuesto. 

Es decir, un tanto la idea de la narrativa que se funda en el Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, pero que también este mismo vehículo tiene la capacidad de llevarnos a experimentar lo grotesco, lo cual puede provocar no solo el rechazo sino hasta asquearnos a pesar de que sin cuerpo no podríamos estar presente en esta realidad.

Esta doble dimensión latente hace que la historia no tenga compasión hacia el espectador que buscaría a Moore como aquella cándida de Molly de Ghost, sino que nos confrontamos a aquellos que no estamos listos (absolutamente nadie) para ver literalmente nuestras entrañas.

Así Fargeat, quien se llevó la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes al Mejor Guion, nos estruja los ojos y todo nuestro cuerpo para que veamos la dimensión de cómo desconocemos cada uno nuestra experiencia de cuerpo, debido a que nos hemos generado que ahora es nuestra parcela de campo de antaño, en donde tenemos que cuidarla, mantenerla en mejor forma, que siga dando los frutos que ha dado a lo largo de los años, en función de retrasar nuestra fecha de caducidad, para sentirnos jóvenes y seguros, como el papel de Sue, quien es interpretada por Margaret Qualley y logra hacer una gran mancuerna con Demi.

Si bien es una historia de horror físico, resultado de una tradición de películas europeas donde el cuerpo se vuelve la carga y ya no el motivo para la superación, sino para sentirnos atrapados, en sus entrañas y por ello el sentimiento de la putrefacción o de los malos olores nos llevan al rechazo, pero también, porque somos humanos, a mantenernos sentados porque el morbo puede darnos un poco de ese placer silenciado, salvaje y añejo de ver el cuerpo ya no en su forma original.

Esta película, la cual es para un público que busque un reto como espectador ante imágenes fuertes, tiene la dicha de generarnos tanto la reacción voluntaria como la involuntaria, en donde la directora francesa no se queda con solo hacer una crítica al sistema, sino a que realmente veamos que el cuerpo, como diría el filósofo francés Jean Luc Nancy para ser leído, debido a que “es nuestro”.

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