Pocos son los monstruos o criaturas que se han realizado precisamente para el cine que hayan aguantado el paso del tiempo y hayan creado no solo una franquicia en términos monetarios, sino una forma de mitología que pueda trascender todas las fronteras.
Pocos son los monstruos o criaturas que se han realizado precisamente para el cine que hayan aguantado el paso del tiempo y hayan creado no solo una franquicia en términos monetarios, sino una forma de mitología que pueda trascender todas las fronteras.
Japón es un país que en materia de cinematografía se ha permitido crear una narrativa propia, sin la influencia del occidente comercial, que siempre trata de adaptar el contar historias a partir del signo de dólares o euros, para dar paso a un discurso más profundo en donde el común denominador es la identidad forjada desde la destrucción, no solo como una necesidad de reconstrucción sino de recuperación de aquello que te movía.
Godzilla irrumpió desde hace 70 años las salas de cine de todas las latitudes para dejar claro que la experiencia del exterminio nuclear no solo da cabida al supuesto vencedor, sino la mira del caído, de aquel que solo por su honor y arrojo puso en vilo al poderoso y sus armas que con solo una decisión puede deshacerse de una cultura, de millones de personas y borrar todo rastro de estas experiencias vitales, pero que por decisiones políticas hay que catalogarlas como enemigas.
Lo interesante es que Godzilla no va en contra de quienes enviaron la bomba nuclear para atacar al Japón, de hecho, en los noventa se hizo una versión estadounidense que fue un producto para darle en la torre a todo, desde la imagen del mismo monstruo (una iguana con esteroides), de nueva cuenta destruir Nueva York (y hasta dar pie a historias de conspiración sobre el aviso de los ataques a las Torres Gemelas), basándose en una historia digna de princesas y héroes de Disney, no cuestionando el uso de armas nucleares y metiendo el tema de la insoportable idea de una madre sin padre, por lo que había que acabar con esa estirpe de cientos de pequeños monstruos. Todo un discurso de la adaptación de esta anomalía del cine en el desgastado “American Way”.
Es verdad que en las tantas versiones, tanto serias como de divertimento del personaje, hechas en la nación asiática, recurren a fórmulas muy hechas, el ataque a una población pequeña, en donde sobreviven el o los protagonistas, se busca la solución para acabar a la amenaza, este se vuelve más poderoso y peligroso, acaba con casi todo lo que se pone a su paso y finalmente, los seres humanos se unen y alcanzan a vencerlo parcialmente para que pueda retornar para otra entrega.
Sin embargo, Godzilla Minus One ofrece una historia que usa la fórmula, pero le da más profundidad a los personajes, en donde el factor de la evasión de la realidad y la falta de decisión es más peligroso que el mismo monstruo, de tal manera que los protagonistas tienen que irse levantando con sus heridas profundas, las cuales les impide tener el valor de arriesgarse a cambiar, a la adaptación, es decir una nueva realidad nos invita a cerrar aquello que murió por en nuestras manos para decirnos que la vida sigue aún en nuestras venas y que por ello habrá que arriesgarse no al heroísmo, sino a pagar la deuda que uno tiene con aquellos que hicieron todo lo posible para que la persona haya llegado a este presente.
Esta historia dirigida por Takashi Yamazaki, nos remite a cómo el miedo se nutre no del miedo, sino de la indecisión, del no tratar de enmendar la responsabilidad y por ello evadir no es la solución al problema, ya que el monstruo sigue latente, por ello este homenaje a sus creadores, el director japonés Ishiro Honda y el productor Tomoyuki Tanaka, y a todo el universo que se ha creado alrededor de 33 películas japonesas y 4 estadounidenses, revitaliza no solo al mito, sino que le da una muestra a las nuevas generaciones de que se puede hacer historias profundas no solo para el beneplácito de los fans, sino que se puede construir nuevas narrativas que muestran que no todo está solo en las imágenes o secuencias generadas por computadora, sino que se pueden crear con un presupuesto pequeño (15 millones de dólares, algo muy ínfimo en comparación a las grandes inversiones a las producciones de Marvel, DC y otros estudios de historias de acción), pero sobre todo ha avasallado en la crítica, que ha recibido de manera positiva no la estructura ya conocida, sino la posibilidad de encontrar personajes más cercanos a nuestros días, a pesar de que la historia se centra en la época de la postguerra.
El buen sabor de boca no solo es por cómo se cuenta la historia, sino como darle relevancia al trabajo de miles de personas que han sido parte de este universo con este homenaje tan entrañable y no fallar en el intento, como le pasó a Disney con su Wish. Gojira y su universo tiene mucha vida, al punto que muchos sueñan en que Guillermo del Toro pudiera tomar esta historia, con la que él también creció y ama, para hacer una versión épica.
Como espectador no le queda uno más que agradecer al cine la posibilidad de ve soñar con un monstruo capaz de llevarnos a cuestionar si realmente este es la fuerza de la naturaleza que nunca hemos podido dominar, o bien es este ser interno con el que vive el ser humano todos los días y que se convierte en su incapacidad de verdaderamente convertirse en parte de la naturaleza, para tratar de perderse en su incapacidad eterna de ser. Es decir, el monstruo está justo frente a nuestra mirada.