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Recuerdos de una vida olvidable

A propósito de perradas

MANUEL RIVERA

Hace muchos años solía sostener con una de mis hijas duelos de expresiones de mutuo cariño. “Hija, el brillo de tus ojos extingue la obscuridad de mi alma”, es una frase que ejemplifica mi participación en esos enfrentamientos de ideas, sencillas, claro, para una contendiente de unos seis o siete años.

En uno de esos encuentros ella me respondió con unas palabras que figuran entre lo mejor, aunque evidentemente inmerecido, que he escuchado sobre mi persona. “Papá, tu cara es tan bella como sólo puede ser la de un perro Labrador”, es una expresión que como medalla llevaré con orgullo hasta el último de mis días. 

Esos momentos reviven en mí a propósito de dos hechos: la conmemoración el 21 de julio del Día Internacional del Perro y la revisión diaria que hago de la prensa, tarea esta última que me hizo reflexionar acerca de la escasez del valor de la lealtad, virtud ejemplificada por excelencia en la conducta de los canes.

Mi percepción sobre la carestía de fidelidad no pudo modificarla ni la paradoja representada por el reeleccionista “Alito”, también conocido como Alejandro Moreno Cárdenas, actual dueño del PRI, quien por una parte es desleal con la historia de su partido y, por otra, provee a su perro alojamiento con aire acondicionado, aunque a decir de Layda Sansores, gobernadora campechana, el velador de la mansión del priista en el estado que ella gobierna deba sufrir el calor a la intemperie. 

Retomo entonces, por la seriedad de los temas que merece el lector y la reciente celebración del Día Internacional del Perro, algunas partes del texto que hace un año dediqué en su agonía a quien fuera un maestro tan grande que nunca tuvo necesidad ni de hablar ni de escribir. “¿Eres tan buen actor que me haces creer que mejora tu salud estando a mi lado? ¿O tan sensible que te contagias de mis deseos? En cualquier caso, me siento importante cuando compruebo que acompañándote tu energía renace. “Sumamos ya más de 13 años viviendo juntos periodos de desvelos y carencias continuas, por supuesto también de eventuales satisfacciones. Describir con amplitud lo que viví contigo en el ámbito personal sobraría aquí. 

Esas experiencias fueron sólo tuyas y mías. “¿Cómo olvidar que en la soledad de la montaña me despojaba de la careta de “valiente” y pedía que sacaras de la vereda a las astifinas vacas que nos encontrábamos? ¿Cómo no empaparme de los orines que ya no puedes contener, si recuerdo esos días en los que renunciabas a tu comida para estar a mi lado cuando yacía en cama enfermo de mente y cuerpo? “No me mires así, compañero, pues, aunque la luz de tus ojos empiece a apagarse, descubres mis contradicciones.

Por favor, amigo, no me cuestiones con esa forma de verme, la que ni apretando mis párpados puedo evadir. “No quiero despedirme de ti, pues nada hay más absurdo que planear la vida, por definición serie de episodios imprevisibles.

Prefiero expresar sólo un deseo: que seas el primero en regresar a la nada, pues si no fuera así tu lealtad haría que esperaras mi regreso hasta el último de los latidos de tu corazón”. Hosco murió acompañado, abrazado y motivado por quien amaba, diciéndole a la muerte que iba hacia ella con el miedo que envuelve a los valientes. Si tan solo fuera un poco como él… PD: ¿De qué sirven las palabras si no es para purgar la conciencia? [email protected]

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