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Reguero de conmociones

GERARDO HERNÁNDEZ

Carlos Salinas de Gortari no tuvo mayoría calificada en la primera parte de su sexenio (1988-1991), pero tampoco le hizo falta para cambiar la Constitución a su arbitrio, pues contó con el voto de los diputados y senadores del PAN. La derecha y los poderes fácticos fueron recompensados generosamente. La gestión de Salinas «entrañó para México una transformación radical en varios terrenos. En el económico y comercial, las reformas estructurales y constitucionales, la privatización general de las empresas públicas, la supresión de la reforma agraria heredada de la Revolución y la creación del TLCAN abundaron en la modernización de corte liberal», dice el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB, por sus siglas en inglés).

El centro de reflexión, con base en la capital catalana, advierte, sin embargo: «junto con otras reformas de gran calado en el sistema político coadyuvaron, paradójicamente, al final de la larga supremacía de su partido, el Revolucionario Institucional (PRI). El reguero de conmociones sufridas en el último año, con el alzamiento zapatista en Chiapas, dos magnicidios de dirigentes priistas [Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu] y la descomunal crisis financiera que le estalló a su sucesor, Ernesto Zedillo, y que arruinó los cacareados logros macroeconómicos del sexenio y empobreció a la población, malparó la reputación de Salinas, que optó por expatriarse».

En la LIV legislatura, primera de Salinas, el PRI alcanzó 262 diputados y el PAN -aliado suyo desde entonces- 100, con los cuales rebasaron la mayoría calificada de 334. La Cámara Alta, formada entonces por 64 senadores, la dominaba la misma formación con el 90% de los asientos. En las elecciones de 1991, celebradas en medio de la borrachera triunfalista por el supuesto ingreso de México al primer mundo, el PRI obtuvo por sí solo 320 escaños y Acción Nacional 89. Juntos reunieron 409, muy por encima de los 364 que ahora tienen Morena y sus aliados (PT y Verde). Los cambios a la Constitución le permitieron granjearse la simpatía de Estados Unidos, del capital nacional y extranjero y de los grupos de poder.

La intelectualidad, los medios de comunicación y las oposiciones, salvo honrosas excepciones, compitieron en aplausos. Las voces críticas se acallaron y a los disidentes se les aplicó la máxima de «encierro, entierro o destierro». La privatización ejidal empobreció aún más a los campesinos. Legiones emigraron a las ciudades o a Estados Unidos. La venta de bancos y el remate de empresas públicas (AHMSA en Coahuila), avalada por los diputados y senadores del PAN, crearon nuevas oligarquías en torno de Salinas. El resultado fue una de las peores crisis -económica, política y moral-, castigada por la ciudadanía años más tarde con la expulsión del PRI del poder.

El paso inicial se dio en 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados. El segundo y definitivo ocurrió en 2000 con la derrota de su candidato presidencial, Francisco Labastida, para inaugurar la alternancia. Vicente Fox -beneficiario de la reforma de Salinas al artículo 82 para permitir a hijos de padre o madre extranjeros ocupar la presidencia- mantuvo las políticas neoliberales implantadas por la tecnocracia en favor de las élites. Fox y Felipe Calderón ni siquiera alcanzaron la mayoría absoluta de 250 más uno en el Congreso. Los diputados y senadores del PRI les sacaron las castañas del fuego para aprobar sus presupuestos y reformas.

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