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Arturo González González

Urbe y orbe

Sin incentivos para la paz

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El número de conflictos activos hoy es el más alto desde la Segunda Guerra Mundial. Los conflictos locales se vuelven guerras internas. Las guerras internas se convierten en regionales. Las guerras regionales se transforman en internacionales. Las generaciones actuales atestiguan la peor etapa de inestabilidad de sus vidas. La incertidumbre es la norma.

El Instituto para la Economía y la Paz publicó en días pasados el informe del Índice Global de Paz (IGP) 2024. Entre los hallazgos más relevantes destaca que actualmente existen 56 conflictos en los que participa al menos un estado, el número más alto desde 1945. Un rasgo de estas guerras es su creciente internacionalización y prueba de ello es que 92 países están involucrados, directa o indirectamente, en conflictos externos. Se trata de la cifra más alta desde los inicios del IGP en 2008. Además, 97 estados sufrieron un deterioro de la paz, también el número más alto en la historia del índice.

El extraordinario escenario belicista cobra altas facturas humanas y económicas. Las muertes en combate han alcanzado el máximo en 30 años. Más de 95 millones de personas se encuentran en condición de refugiadas o desplazadas debido a las guerras. El impacto económico global de la violencia fue de 19.1 billones de dólares en 2023, equivalente al 13.5 % del PIB global. Para darnos una idea, dicho monto representa poco más que el PIB de la Unión Europea. Si dividimos el costo total de los conflictos entre los habitantes del planeta, nos toca a cada uno 2,380 dólares.

Pero el impacto de la guerra es desigual. Los países y sectores de población más afectados son los menos ricos. Además, los países fabricantes y exportadores de armas obtienen pingües beneficios con la venta de equipos y armamentos. Tales son los casos de EUA, Rusia, China, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia e Israel. No es de extrañar que, de esos ocho países, dos participan en guerras de forma directa, cinco de manera indirecta y uno soterradamente. La lógica del negocio de la violencia funciona así: a mayor inestabilidad, más tensión; a mayor tensión, más conflictos, y más conflictos significan más ganancias para la industria de la guerra.

Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), el gasto militar mundial alcanzó una cifra récord en 2023. El gasto total a nivel global fue de 2.24 billones de dólares, equivalente al PIB de un país desarrollado como Canadá. El monto representa 1.6 veces la inversión global en energía limpia y tecnologías relacionadas. Es decir, se gasta más en la guerra que lo que se invierte en revertir el cambio climático. Y los países que más gastan en sus aparatos militares son EUA, con el 39 % del monto global; China, con el 13 %, y Rusia con el 3 %.

Pero no sólo se invierte más en armamento convencional. El arsenal nuclear también registra incrementos, como lo reportó recientemente el mismo SIPRI. Actualmente son nueve los países con armas nucleares: EUA, Rusia, China, RU, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. El SIPRI advierte que estos estados no solo están modernizando sus arsenales nucleares y ampliando sus capacidades, sino que también aumentan el número de ojivas desplegadas, listas para usarse.

El 90 % de las 12,121 cabezas nucleares existentes en el mundo están en manos de EUA y Rusia. Se estima que una tercera parte de esas ojivas están desplegadas en misiles y aviones, y una sexta parte se mantiene en estado de alerta operativa alta en misiles balísticos. Las guerras en Ucrania y Palestina y las tensiones crecientes en la península de Corea y en Taiwán debilitan la diplomacia del desarme nuclear en un momento en el que la arquitectura de tratados de control de armas atómicas se ha ido desmantelando.

Dentro de los ocho países que más fabrican y venden armas convencionales, los diez que más gastan en sus aparatos militares y los nueve que poseen arsenales nucleares, están los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: EUA, Rusia, China, Francia y RU. Son los únicos con derecho de veto en el máximo órgano de Naciones Unidas. Ninguna iniciativa de paz propuesta en el Consejo de Seguridad pasará si no tiene el aval de los "cinco grandes". Este hecho, de suyo escandaloso, nos da pie a ver el porqué del aumento de la conflictividad global.

Hace ya varios lustros que los teóricos del enfoque histórico de los sistemas-mundo (Giovanni Arrighi, Immanuel Wallerstein et al.) analizaron los ciclos hegemónicos de los últimos cinco siglos. En sus estudios apuntan que luego de un sistema mundial organizado por una potencia hegemónica, se abre un período de transición en el que privan el desorden, las tensiones y los conflictos. Dicho período se debe a que la potencia hegemónica agota sus capacidades de liderazgo y organización del mundo y se ve imposibilitada para hacer frente a la irrupción de competidores y rivales cada vez más fuertes.

Ahora, ¿son las guerras, pues, inevitables? La clave para responder está en los incentivos. Si bien la descomposición del orden mundial ofrece un escenario propicio para las guerras y tensiones, detrás de las hostilidades hay decisiones tomadas por gobiernos dirigidos por personas. No hay una ley determinista que imponga la guerra como necesidad. El asunto está en ver cuál lado, la guerra o la paz, tiene más incentivos. Si un amplio sector de las economías de las principales potencias del mundo está vinculado al negocio de las armas, los incentivos para el diálogo y la diplomacia serán menores que los incentivos para el conflicto.

La industria bélica representa alrededor del 5 % del PIB de EUA. En el caso de Rusia, previo a la invasión a Ucrania, analistas económicos dijeron que la economía rusa se hundiría por el peso del gasto militar y las sanciones. Hoy el PIB de Rusia es el que más crece en Europa, y esto tiene que ver con que el Kremlin ha hecho de la economía rusa una economía de guerra.

Pero no sólo se trata de factores económicos. Para Rusia y China, la expansión de sus capacidades militares forma parte de una estrategia que tiene como objetivo sustituir el orden global unipolar creado por EUA, por otro multipolar con varios centros de poder. Para Occidente el gasto militar es el camino para tratar de contener al Eje de Eurasia y resistirse a la multipolaridad.

Las condiciones históricas propician un juego de suma cero que aumenta las tensiones entre potencias. Pero, también, la balanza de los incentivos hoy está del lado de la guerra. Mientras la comunidad internacional -sobre todo aquellos países no involucrados en las guerras y tensiones- no genere contrapesos a esos incentivos guerreristas, el camino de la paz estará vedado. Se abrirá cuando resulte más rentable y provechoso a las grandes potencias el disenso pacífico que la hostilidad belicista. Porque una paz sin incentivos es pura fantasía.

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