Sor Juana vs el silencio de las mujeres
El tema del silencio aparece en las primeras líneas de la Respuesta a Sor Filotea, una de las obras más importantes de Sor Juana. Como asunto literario, el silencio surte de combustible su pluma en el Neptuno alegórico y como problema o vía de solución se encuentra en el documento conocido solamente como Carta. Cabe adelantar que también como cuestión personal Sor Juana trata el silencio en la Respuesta…
La Sor Filotea destinataria de la contestación es el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, ya no ensotanado sino travestido como hermana. El texto de Sor Juana —quien cumple años el 12 de noviembre— al jerarca es una valiosa obra porque ofrece, además de sus virtudes intelectuales de pensamiento y forma, ilustrativos pasajes autobiográficos que la revelan liberadora.
En cuanto al tema del silencio, Sor Juana lo acarrea porque necesita justificar no haberle respondido pronto al obispo Fernández de Santa Cruz (travestido como Sor Filotea). Nuestra escritora, con uso de su sabiduría y su esclarecida sindéresis le explica a ella, que no le escribió antes por no tener palabras a la altura de su jerarquía. Se lo dice con erudición:
“Y si veo que preguntado el Ángel de las Escuelas, Santo Tomás, de su silencio con Alberto Magno, su maestro, respondió que callaba porque nada sabía decir digno de Alberto […]”. Igualmente, dice Sor Juana que ella calla “por no saber algo digno de vos”.
Nuestra Décima Musa abunda en su justificación y, sobre su problema de responder al obispo, articula ideas sobre el silencio: “casi me he determinado a dejarlo al silencio, pero como éste es cosa negativa, aunque explica mucho con el énfasis de no explicar, es necesario ponerle algún breve rótulo para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga; y si no, dirá nada el silencio, porque ese es su propio oficio: decir nada”.
Más adelante, después de una arcana argumentación, Sor Juana añade que de “aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir”.
El tema del silencio reaparece cuando Sor Juana empuña su pluma en defensa de que las mujeres lean y estudien. Cita palabras bíblicas que ordenan a las mujeres callar en las iglesias (Mulieres in Ecclesis taceant, non enim permittitur eis loquid).
Combativa, la musa de Amecameca argumenta que de esa orden se sirven los hombres para imponer el silencio a las mujeres y aclara “[…] es que en la Iglesia primitiva se ponían las mujeres a enseñar las doctrinas unas a otras en los templos y este rumor confundía cuando predicaban los apóstoles y por eso se les mandó callar”.
De su caudal de erudición Sor Juana usa otra cita contra el ordenamiento de que la mujer debe vivir en silencio: Mulier in silentio discat (La mujer aprenda en silencio) y sobre esta disposición explica: “manda [que las mujeres] aprendan, y mientras aprenden claro está que es necesario que callen”. Así de simple, apostillaremos en apoyo (innecesario) de la explicación de Sor Juana.
Ya casi diez años antes, la Décima Musa había sentido que el silencio podría ser una manera de sobrellevar la irracionalidad de los otros. Su confesor, obispo Antonio Núñez de Miranda, la reprimía y llegaba al grado de hablar mal de ella públicamente. Llega a nombrarla “escándalo público”. Se cansa y, en la Carta, le dice que se había contenido de protestar “juzgando que mi silencio sería el medio más suave” para que dejara de acosarla.
A la brillante monja no le funcionó el silencio. Seguiría estudiándolo como lo hizo para dedicarle zalemas al nuevo virrey de la Nueva España en el Neptuno alegórico de 1680. Pero lo mejor es cómo lo usó para defender a la mujer en la Respuesta… de 1691.