¿Te atreverías a buscar el tesoro de 'El Curro' de La Floreña?
Cuentan los ancianos de Ciudad Juárez, Durango que durante muchos años en la casa grande llamada La Floreña se aparecía el fantasma de un hombre elegantemente vestido de negro.
Algunos aseguran que se trataba del alma en pena del rico hacendado Juan Francisco Flores y Quijar, heredero de la cuantiosa fortuna en metálico y de las haciendas San Carlos, San Juan de Casta y San Juan de Avilés —hoy Ciudad Juárez que le dejara su padre Juan Nepomuceno Flores.
Es sabido que aunque no legalmente, los peones también formaban parte de las haciendas.
En su juventud Juan Francisco fue un hombre apuesto, alto, de piel blanca, nariz aguileña, bigote y piocha, tal como aparece en el cuadro que aún está en la parroquia.
Los descendientes de quienes lo conocieron afirman que era un hombre solitario, avaro y despótico, y que llegó a vivir más de setenta años. Su residencia estaba en La Floreña, teniendo en el centro de su recámara un toro disecado que, según la leyenda, estaba lleno de monedas de oro.
Algunos cuentan que la riqueza de Juan Francisco se incrementó al haberle vendido su alma al Diablo. Otros aseguran que de Peñón Blanco y de San José de Ramos le llegaban carros y burros cargados de monedas, las cuales escondían en el interior de quesos.
Los empleados de confianza sabían que bajo el piso de la casa grande, franqueando una puerta secreta, se extendía una serie de túneles a donde se llegaba por una escalera de caracol.
Existía una gruta —a la que accedían los sirvientes desnudos y con los ojos vendados— donde el dinero que se paleaba llegaba al metro de altura. A pesar de lo anterior, Juan Francisco se quejaba de su pobreza:
—Amanecí más pobre que tú Juanito. Acompaña a Chona para que le pida jocoque a la gente, y cabritos, y lo que tengan por ahí, porque yo no tengo dinero. También dile al carnicero Nicolás que me regale pulpa de res.
Juan Francisco no gastaba un centavo en nada. Cuando murió, sin haberse casado, heredó su fortuna a su sobrino Javier Icaza. El sobrino vendió las haciendas a don Feliciano Cobián. Después de la Revolución, La Floreña fue acondicionada como escuela.
Los maestros y alumnos de la época aseguraban que en su salón —antigua recámara de Juan Francisco— veían a un hombre alto, apuesto, vestido elegantemente de negro y con guantes blancos.
Los alumnos le hablaban, pero él nunca contestaba; al ver que desaparecía en algún rincón de la propiedad, los niños sentían que el corazón se les salía por la boca. Posteriormente la escuela fue habilitada como casa.
Quienes allí vivieron nunca permanecieron mucho tiempo: las puertas abriéndose y cerrándose sin razón aparente, y el fantasma de un curro vagando por todo el terreno, eran lo cotidiano para los inquilinos en turno.
Varias personas dicen haberse encontrado al fantasma sentado en una de las bancas de la plaza, preguntándoles: —¿Ya encontraron el tesoro? ¡Hay un túnel de la casa grande hasta aquí!
Presas del terror, quienes lo llegaban a escuchar tomaban instantáneo refugio en la velocidad de sus piernas. También cuentan que frente a la plaza estableció su tienda un señor llamado Anastacio, quien con su don de gentes había ganado mucha clientela.
Cierta noche llegó ante don Anastacio un hombre alto y bien vestido, diciéndole:—Veo que eres un hombre de empresa y deseo ayudarte. Acompáñame: tengo un dinero aquí enfrente.
Don Anastacio siguió al Curro sin sentir miedo; al estar frente al kiosco éste le dijo:—¿Sabes que hay un túnel de aquí a la casa grande?
Sin esperar respuesta prosiguió su camino hacia La Floreña, siendo allí donde don Anastacio comenzó a experimentar miedo.
Al abrir la puerta de la propiedad el hombre desapareció en la nada; don Anastacio se quedó petrificado. Cuando regresó a su casa, su cordura ya no existía. Durante poco tiempo pudo seguir trabajando, más mal que bien, y finalmente murió.
Un testigo dijo haber visto que en sus últimos momentos don Anastacio era mantenido atado a la cama; en ocasiones levantaba la cabeza y mostraba en su rostro una expresión de terrible espanto y gritaba:
—¡El Diablo! ¡El Diablo! —Esas fueron sus últimas palabras.
¿Aún estará el tesoro en esos túneles bajo La Floreña? Usted decide si se atreve a buscar el tesoro del Curro.
Esta leyenda fue recopilada por Guillermo Moreno Martínez, y apareció publicada en el libro Habla el Desierto, Leyendas de La Laguna, editado y publicado por El Siglo de Torreón en el año de 1997.