Si los libros son objetos que albergan historias, los autobuses, escuelas, bancos, parques, oficinas y habitaciones, también lo son. El arte de traducir las sensaciones, de relatar con emoción y belleza cada encuentro o despedida, una puesta de Sol o feroces tormentas internas, el llanto de una niña perdida o el silencio de una mañana fría. La tinta sobre el papel, las hojas que se deslizan, las palabras que se agrupan, las manos que contactan, las ideas que se filtran; escribir es un acto de valentía al decidir vivir dos veces lo que atormentó tu día. Un libro no alberga una historia… talla lo que se cuenta.
Esta semana, Saúl me dijo que se celebraba el Día Nacional del Libro y no lo celebré, por eso hoy quiero hablar de dos míos donde fui señora y bruja para después sólo ser un humano viviendo un proceso humano.
De niña decía que quería ser bailarina. Siendo una adolescente, los libros me tomaron como salvación… al revés, tomé los libros como salvación, explicación y refugio, entonces, quise ser escritora, ¿es escritor todo aquel que escribe?, ¿no escribimos todos?, ¿es cantante todo aquel que canta?, ¿no cantamos todos? Yo no lo hago por los títulos, no lo hago por las preguntas y tampoco por las respuestas. Escribo como testigo, como si me duplicara y pudiera entenderme mejor a partir de mis propias palabras, darle sentido a mi sentido, a mis temores, a mis sueños y obsesiones.
Escribí una novela que habla sobre la manipulación sutil en la pareja, las absurdas exigencias sociales, la hipocresía disfrazada de generosidad y la intensidad de las amistades cuando se comparten dolores; luego, escribí “La bruja no era yo”, un aliento, un abrazo ante una ruptura de pareja y todas esas dimensiones por las que vas pasando mientras crees que avanzas al retroceder. Escribo desde la experiencia humana, la mía… que es la única que tengo, me sana y me alienta. A mis alumnos siempre los pongo a escribir y no deja de sorprenderme la magia que existe en esos ejercicios que son más que palabras… son recuerdos, son heridas que remueves, sueños cumplidos, deudas que se tienen.
Me siento muy orgullosa de mis libros “Señora Bruja” y “La bruja no era yo” por dos simples razones: la disciplina de escribirlos y la valentía de vivirlos.