En estas épocas de cierre y de bajar el ritmo, se dice que comienza una hoja en blanco, que hay una nueva historia por escribir; hacemos rituales, despedimos viejas prácticas y, como si diéramos paso a una nueva dimensión, esperamos que con el reinicio del calendario todo sea distinto… para bien.
Decidí nombrar a mi columna “Tejiendo historias” precisamente porque creo en la práctica diaria, en la mano que se ejercita, en el movimiento que se naturaliza, en las pausas y en la continuidad. Creo que nuestra historia, si bien podemos darle un rumbo distinto, no tiene un principio y mucho menos un final. Somos consecuencia.
Consecuencia de nuestros padres… de manera infinita hacia atrás, no solamente desde la parte biológica, del esperma que fecundó al óvulo, sino de las creencias, expectativas, gustos, aficiones, los mayores temores y dolores, las profesiones predominantes, las herencias perdidas y cobradas; en todo eso hay poco qué hacer, sin embargo, somos también consecuencia de nuestras decisiones, cada una de ellas y de lo importante de desaprender. Hablemos de eso, de las cargas que nos quitamos cuando dejamos de buscar agradarle al otro o ser lo que nos dijeron que “deberíamos” ser. Hablemos de la incomodidad de encontrarnos, de describirnos de forma distinta cada vez que sea necesario editar la historia que escribimos con cada suspiro, de colorear las lágrimas, de suavizar las risas o ensordecer el llanto. Somos autores de nuestra propia historia, sin intención de ser corregida por nadie más, no buscamos que nuestro manuscrito se convierta en un best seller, mucho menos ser del gusto o del conocimiento de todos, recordemos que usualmente esos libros tienen un común denominador: son sencillos de comprender y tienen una trama bastante similar, solo cambian los nombres y algunos lugares comunes.
La vida es un juego que hay que entender y no es un juego de azar, es de destreza, de prueba y error. Sin afán de sonar aguafiestas, renuncia a la idea de que las situaciones cambian por sí mismas, cambian si cambias tú de forma paulatina y consciente, con pequeñas acciones y profundos entendimientos. A veces tenemos que dejar pasar años para recibir los frutos, no de lo que tanto soñamos, sino por lo que tanto trabajamos. La vida no es un juego de azar y tampoco de carreras, es más como el ajedrez, de estrategia, de movimientos pensados y pueden no darte una reacción inmediata, pero te acercan a tu objetivo.
Deseo para quienes me leen, un amor grande a la vida y confianza plena hacia sí mismos para seguir tejiendo historias juntos.