"El patriotismo es con frecuencia una veneración arbitraria de un bien raíz antes que de los principios". —George Jean Nathan
En medio de la incertidumbre sobre lo que significará para México el nuevo mandato de Donald Trump, la presidenta Claudia Sheinbaum rechazó ayer los reportes que consideran la posibilidad de que Trump ordene alguna acción militar para combatir al narcotráfico en nuestro país: "No, no va a haber una invasión, eso no. No es un escenario que tengamos en mente y de todas maneras tenemos nuestro Himno Nacional".
Si el expresidente López Obrador lo hubiera dicho, quizá podríamos haber pensado que se trataba de uno de esos chascarrillos a los que nos tenía acostumbrado. Pero la doctora Sheinbaum no suele recurrir a esas bromas. Lo que dijo debe tomarse en serio.
La posibilidad de que Estados Unidos lance una invasión a nuestro país con el propósito de combatir a los grupos de narcotraficantes es, efectivamente, muy remota, pero no puede descartarse. Es un escenario que ciertamente los responsables de la seguridad nacional deben tener en mente. Entre sus tareas de construir trenes y aeropuertos, o de distribuir medicinas, los mandos militares mexicanos deben preparar escenarios sobre una posible intervención estadounidense para atacar a las bandas de narcotraficantes, especialmente cuando lo han exigido muchos legisladores estadounidenses y lo ha planteado como una opción el propio presidente electo. Responder que nuestra última línea de defensa sería el Himno Nacional parece una broma de mal gusto.
Hace tiempo que Estados Unidos no invade otro país, pero no es algo inusitado. Nada más en este siglo las tropas estadounidenses invadieron Afganistán en 2001, con el propósito de neutralizar a los grupos terroristas que operaban desde ese país, e Iraq en 2003, con los objetivos de destruir unas supuestas armas de destrucción masiva que nunca se encontraron y de derrocar un régimen dictatorial. Estos objetivos no se lograron. Las tropas estadunidenses se retiraron de Afganistán en 2021 y dejaron las puertas abiertas para que el Talibán, una organización islamista radical, recuperara el control del país, mientras que de Iraq se retiraron en 2011 dejando a la nación en un caos político y de violencia.
Quizá el precedente más relevante para la amenaza actual fue la invasión de Panamá del 20 de diciembre de 1989 al 31 de enero de 1990. El objetivo fue capturar al general Manuel Noriega, quien había gobernado el país de manera autoritaria desde 1983, y restablecer las libertades. En este caso los objetivos sí se cumplieron. Noriega, un antiguo colaborador de la CIA, fue capturado y llevado a Estados Unidos, donde fue juzgado y sentenciado a una pena de cárcel. El país empezó a vivir entonces un período de vida democrática.
Una invasión de México sería mucho más difícil para Estados Unidos. El nuestro es un país muy grande y con una población de 130 millones de personas. Si las fallidas intervenciones militares en Afganistán e Iraq, además de Vietnam, han generado un rechazo popular en Estados Unidos, una invasión de México sería una gran pesadilla militar para los dos países.
Eso no significa que las autoridades militares de Estados Unidos no tengan escenarios preparados para llevar a cabo operaciones tácticas en México para acabar con grupos criminales. Lo más seguro es que las tengan. Un presidente sensato las dejaría en los archivos, pero nadie ha acusado a Trump de ser sensato.
La mejor defensa de los mexicanos para ese escenario, que nuestra presidenta dice que ni siquiera ha concebido, sería tener policías y fuerzas armadas que tuvieran éxito en el esfuerzo por detener a los criminales que agobian con su violencia a los mexicanos y con sus drogas a los estadounidenses. Pero eso no se logrará repartiendo abrazos a los criminales.
ABUSO
Combatir el contrabando y la piratería es un objetivo legítimo para el gobierno. Cerrar una plaza comercial, como la de Izazaga 89, donde trabajan muchos comerciantes que sí respetan la ley o confiscar el inmueble es un abuso.