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Terminator II

JUAN VILLORO

"No hay segundos actos en las vidas americanas", dijo F. Scott Fitzgerald. Para el melancólico autor de El gran Gatsby, el triunfo era un tren que pasaba una sola vez.

En Estados Unidos la mayor épica no consiste en llegar a la cima, sino en perderlo todo y luchar para recuperarlo. Lo decisivo es el regreso contra todos los pronósticos: el comeback.

Donald Trump acaba de lograrlo. Cuatro años después de ser juzgado por el asalto al Capitolio, el magnate de la piel naranja levantó el puño del boxeador que festeja un nocaut.

El país que produjo Terminator ha respaldado a otro ser irreductible y casi irreal, el demagogo que se traga las críticas como si fueran vitaminas. Hace cinco meses, un juzgado de Nueva York promulgó una sentencia que parecía inhabilitarlo y hace tres sufrió un atentado de muerte, pero cada adversidad le dio fuerza.

El principal responsable de la derrota es, por supuesto, el Partido Demócrata. En forma inverosímil lanzó como candidato a un señor que parecía escapado de un asilo. Joe Biden sólo tenía un atributo político: se prestaba para ser manipulado por los consorcios que gobiernan en la sombra.

La democracia estadounidense es cuestión de negocios. De acuerdo con The Conversation, Biden recabó fondos por 746 millones de dólares y Trump por 757 millones. Quienes donan dinero no lo hacen por convicciones, sino en busca de prebendas. Por ello, Gore Vidal, gran testigo de la vida política estadounidense, señaló que sólo se llega a la Casa Blanca sobornado. Quien rompe los pactos contraídos en campaña, como hizo John F. Kennedy después de recibir apoyo de la mafia, es castigado.

Trump tenía en la cartera más millones que Biden, pero ésa no fue su única ventaja. El deterioro del candidato demócrata resultó letal cuando se manifestó en el máximo altar de Estados Unidos: la televisión. Durante el debate, Biden demostró que la naturaleza humana es falible.

La llegada de Kamala Harris fue tardía. En 24 horas consiguió 81 millones de dólares sin que eso la reforzara. Era imposible que de julio a noviembre se posicionara mejor que Trump. Además, en sus cuatro años como vicepresidenta no tuvo mucha visibilidad; el Partido Demócrata debería haberla proyectado desde entonces.

Trump es un mentiroso compulsivo, pero actúa en un entorno donde la publicidad comercial se le parece. Todos los productos prometen un bienestar que no conceden. Además, estamos en los tiempos de la posverdad en los que Milei dice que el Papa Francisco es "aliado de comunistas asesinos" y López Obrador que la salud pública de México es mejor que la de Dinamarca. También Kamala perdió las proporciones y acusó a Trump de ser fascista y pro-nazi.

Si no se debaten argumentos, la competencia favorece al más extremo. Trump se benefició de la polarización e incluso capitalizó sus defectos. Cuando le preguntaron cómo evade impuestos, contestó: "soy suficientemente listo". Su vulgaridad es la del barbaján que se sale con la suya. Millones de votantes tienen la misma aspiración.

Una y otra vez, Trump ha quebrado como empresario y no podría llevar la contabilidad de una peluquería; sin embargo, su marca sobrevive. El cierre de cada negocio no le impide abrir otro que promete lujo y confort. Malo para la gestión, es espléndido para el branding. En cuatro décadas su valor icónico no se ha deteriorado.

Estamos ante alguien machista, prepotente, xenófobo y ostentoso, desagradable para quienes aún practican el sentido común. Esas mismas deficiencias hacen que otros lo consideren genuino y natural. Los restrictivos códigos de la corrección política hacen que, por contraste, su patanería se confunda con espontaneidad.

Kamala apeló a la conciliación y al razonamiento, valores en desuso. Incapaz de llenar la escena por sí misma, se rodeó de celebridades que llegaban en avión privado a hablar de justicia social. Su agenda era superior en temas como el aborto, el fracking y el calentamiento global. En lo que toca a la migración, estaba por verse si sus medidas serían tan nobles como su voluntad. Conviene recordar que Obama fue la cara sonriente de la deportación y rompió récord de expulsión de mexicanos, muchos de ellos niños sin acompañantes.

Para México, Trump es el oponente franco. Siguiendo a Obama, Kamala prometía una amistad acaso falsa.

Nadie elige a sus padres y nadie sus fronteras.

Seguimos lejos de Dios y cerca de Estados Unidos.

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