Donald Trump está de regreso, y con altas posibilidades de gobernar nuevamente los Estados Unidos. ¿Qué representa su vuelta? ¿Cómo entender que una figura política tan polémica, por decir lo menos, prepare su retorno a la Casa Blanca? En lo que va del siglo XXI, los extremos están de moda. No el centro, no la moderación, sino la confrontación políticamente incorrecta. Atrás quedaron los liderazgos identificamos con la visión de estado. Lo que está vigente, son las minorías que se imponen a las mayorías. Al debate se antepone el insulto, y con facilidad, los argumentos se sustituyen con mentiras. Las llamadas fake news resuenan a diario. Son el pan de cada día en las redes sociales y el internet que todo lo domina: la información, los gustos, las compras y hasta la vida personal e íntima. Ese liderazgo modélico lo representa Trump. Se salta y rompe la ley, porque asume que dicho marco no se aplica a su persona. Está por encima de las instituciones, pese a las imputaciones jurídicas. Entre más intentan cerrarle el camino, más lo fortalecen. Bajo esa tendencia, podría darse la paradoja de ser juzgado en los tribunales y al mismo tiempo, asumir como presidente. Eso sí, jurando con la biblia en la mano.
En dicha contienda, es necesario dar un paso atrás para entender el regreso del magnate estadounidense. El actual presidente, Joe Biden, asumió el cargo bajo la esperanza de mejorar las cosas. Pero ese sentido, pronto se evaporó. Arrancó su mandato con 57 puntos de aprobación, y ahora, de cara a las elecciones en noviembre, registra una pérdida de credibilidad notable. Creció el rechazo a su gobierno y disminuyó sensiblemente su aprobación. Entre 35 y 39 por ciento varía el rango de los ciudadanos que lo aprueban. Acontecimientos externos, como la intervención en Ucrania, le restan puntos entre lo votantes que prefieren reforzar la frontera con México. Por otro lado, el segmento de los jóvenes, rechazan visiblemente su apoyo al gobierno de Israel y la masacre en Gaza. Aunque ya lo sabemos, en ese punto, la crítica tiene sus límites. Así seas la directora de Harvard, hay ciertos temas que no se pueden tocar. Pasar la línea, te lleva al destierro. Por donde se le vea, la presidencia de Biden no convence ni entusiasma. Por si fuera poco, sus lapsus físicos, tropiezos y desorientaciones en actividades públicas, reafirman la imagen de una presidencia a la deriva.
En contraste, Trump se presenta como un retador, con su característica retórica antiinmigrante. Desde ahora promete indultar a los radicales que asaltaron el Capitolio, nomás falta, que también proponga un monumento a los asaltantes. Con todo y eso, le aplauden, le creen y los republicanos apoyan claramente su regreso.
Del otro lado del Atlántico, Boris Johnson, el defenestrado primer ministro de Inglaterra, político alejado de la seriedad, declaró que "una presidencia de Trump podría ser lo que el mundo necesita". El chiste se cuenta solo.
En Francia, los votantes lograron contener a la ultraderecha representada por Marine Le Pen. Prefieren el mal menor, aunque ese mal se llame Emmanuel Macron. Tras una racha de pésimos gobiernos, los argentinos se dieron un tiro, no en uno, sino en dos pies, al elegir a Javier Milei, que ni en el foro de Davos logró convencer. Véase la carta firmada (Proud to Pay More), por más de 250 millonarios reconociendo que se pagan pocos impuestos para combatir la desigualdad. En Alemania, con el peso terrible de la historia, miles de manifestantes salieron a la calle para rechazar y denunciar el apoyo del partido de ultraderecha, "Alternativa para Alemania", hacia grupos de neonazis que piden expulsar masivamente a migrantes.
En el contexto internacional, China y Rusia se frotan las manos con otra presidencia de Trump. Ya lo conocen. Por lo pronto, no descartemos que la próxima presidenta de México tendrá que lidiar nuevamente con el bravucón racista.
Nos vemos en @uncuadros