El PAN está en condiciones de sacudirse el cacicazgo de Ricardo Anaya, quien, al estilo de Roberto Madrazo en el PRI, utilizó la jefatura del partido para imponer su candidatura en la sucesión presidencial de 2018. Margarita Zavala era la aspirante mejor posicionada; un año y medio antes de las elecciones estaba empatada en la intención de voto con Andrés Manuel López Obrador. Las intrigas y golpes bajos para excluirla de la competencia provocaron su renuncia al PAN, y más tarde la de su esposo, el expresidente Felipe Calderón. Anaya resultó un fiasco, lo mismo que Madrazo, y apenas pudo igualar, con la ayuda del PRD y de Movimiento Ciudadano, los 12 millones de votos alcanzados seis años antes por Josefina Vázquez Mota.
Anaya intentó emular a AMLO con recorridos por el país, pero sin el espíritu, la consistencia y la conexión del tabasqueño con las mayorías, desistió en su empeño. Después de residir tres años en Estados Unidos, donde se autoexilió para no ser detenido por su supuesta participación en la red de sobornos de Odebrecht. Con base en declaraciones del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, la Fiscalía General de la República reveló que Anaya habría recibido 6.8 millones de pesos para votar en favor de la reforma energética del presidente Peña Nieto, la cual beneficiaría a la multinacional brasileña.
El actual líder del PAN, Marko Cortés, se colocó en el primer lugar de la lista plurinominal de candidatos al Senado; y el tercero lo reservó para su jefe, Anaya, sin tomar en cuenta sus antecedentes ni los méritos de otros panistas. El siguiente paso del tándem consiste en imponer a uno de los suyos en la presidencia del PAN. El más conveniente para ese propósito es Jorge Romero. Kenia López (del equipo de Xóchitl Gálvez) y Damián Zepeda son otros de los aspirantes, pero la mejor opción para romper el continuismo es la exsenadora Adriana Dávila. La tlaxcalteca compitió por la gubernatura de su estado en 2016, pero el triunfo correspondió al priista Marco Antonio Mena, sucedido por Lorena Cuéllar (Morena).
La elección panista la decidirán sus militantes por voto directo, libre y secreto el 10 de noviembre próximo. El método resta margen de maniobra a Cortés y Anaya, para quienes el control del PAN significa preparar el terreno para la carrera presidencial de 2030. La mancuerna, responsable de las peores derrotas del PAN, afronta la oposición de afiliados, cuadros y exgobernadores. Manuel Gómez Morín, nieto y homónimo del iniciador de Acción Nacional, compitió en 2018 contra Cortés por la dirigencia. Frente al «secuestro del partido» y el nuevo golpe que Cortés y su grupo, entre ellos Jorge Romero, intentan dar, Gómez les exige corregir el rumbo. De lo contrario, advierte, las familias de los fundadores retirarán de los recintos partidarios los bustos y nombres de sus ancestros y se desvincularán por completo de sus siglas. Una acción simbólica, pero tibia.
De los otrora grandes partidos, el PRI y el PRD ya han sido presididos por mujeres, excepto el PAN. Yeidckol Polevnsky concluyó el periodo de AMLO en la presidencia de Morena. María Luisa Alcalde, actual secretaria de Gobernación, será la primera en ser nombrada para un ejercicio completo. Si el PAN no entiende el mensaje de las urnas y tira por la borda la oportunidad de renovarse, terminará como el PRI. El dedazo por un adlátere de Cortés equivaldría a la reelección de Alejandro Moreno.