Si yo le contara a usted sobre un país, que tendrá elecciones en unos meses, y en donde uno de sus contendientes a la presidencia es un empresario declarado culpable de falsificar registros comerciales para encubrir un escándalo sexual (con otros 3 juicios pendientes) y que podría gobernar desde la cárcel; un país en donde el otro contendiente es un político dinosaurio, que no es capaz de sostener la lucidez por más de dos apariciones públicas seguidas; un país donde, en un mitin de campaña, un joven de 20 años le voló la oreja a tiros a uno de los candidatos -que además es un ex presidente de la República-, muy probablemente usted creerá que se trata de un pequeño país subdesarrollado.
Pensará usted, parafraseando al escritor y humorista estadounidense O. Henry, en una "república bananera". Y, pues no, estamos hablando de la potencia hegemónica mundial que se ha erigido como prócer de la democracia, la legalidad, el orden, la justicia y los derechos humanos: Estados Unidos.
Hace unos días empecé con la escritura de esta columna, el tema era la difícil elección que tendrán los votantes estadounidenses frente a dos candidatos que dejan mucho que desear como líderes de una potencia mundial, cuyas decisiones impactarán en el equilibrio internacional, alterado por conflictos como el de Israel-Hamás o la invasión de Rusia a Ucrania.
Una noche antes de enviar la columna, ocurrió el intento de asesinato al candidato y expresidente Donald Trump. Así que, en el horizonte electoral de EUA, todo ha ido empeorando.
En el 2016, cuando Trump anunciaba su interés por competir como candidato a la presidencia, muchos se rieron y pensaron que se trataba de una broma, de otro candidato "payaso" que montaría un circo mediático y que nada tendría que hacer frente a la experiencia política de Hillary Clinton. Trump fue presidente, y a no ser por el Covid19 y el asalto al Capitolio, probablemente hubiera repetido.
Su sucesor Joe Biden, desde su elección dejó ver que su avanzada edad podría impedir que terminara su mandato y que, la VP Kamala Harris era su carta fuerte. Al término de su periodo y en plena campaña por la reelección, los ojos están puestos en la forma y no el fondo de sus apariciones, en si se podrá mantenerse coherente o si alguna equivocación verbal o espacial delatara su debilidad, cada aparición es una prueba y cada que no la supera, las alarmas se encienden.
Actualmente nos encontramos ante estos dos exmandatarios compitiendo nuevamente por la presidencia, uno que ha ido acumulando cargos y cuentas pendientes con la justicia y otro que de forma lamentable está terminando su carrera política señalado por su senilidad.
Para cerrar el complejo panorama, se suma el atentado hacia Trump, el cual refuerza los argumentos fundamentales de su discurso, el miedo y la victimización. Si antes era una víctima de la cacería de brujas, hoy es un sobreviviente de un atentado político.
En resumen, el panorama electoral de EUA es un desastre. Las elecciones 2024 estarán marcadas por la falta de relevos políticos, discursos populistas, sistemas de seguridad e inteligencia cuestionados y una sociedad polarizada por el miedo, el odio y la violencia que deberá elegir entre un candidato criminal y uno senil, quien tendrá en sus manos el futuro de la gran potencia, de la OTAN, de la economía internacional y de gran parte de los conflictos actuales.