Un sotol a la salud de Ruth Castro
Ruth Castro Parada es una de nuestras promotoras más comprometidas con la cultura y las artes: ya sea al frente de grupos de lectura en distintos espacios de nuestra Comarca, o desde El Astillero, la librería que hoy dirige junto a la también promotora cultural Paty Mitre, o como editora, o como asesora en bibliotecología del Museo Arocena, abona a construir y reforzar la identidad y la memoria colectivas.
Los hechos hablan. Un vistazo a la agenda de Ruth para este mes da idea de la amplitud y la variedad de sus inquietudes: el 3 de julio, la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) le otorgó el Premio de Periodismo Cultural Armando Fuentes Aguirre por un reportaje —publicado aquí, en Siglo Nuevo— sobre el legado de la escritora y periodista Magdalena Mondragón, primera mujer mexicana que dirigió un periódico. Al día siguiente, Ruth visitó Xalapa para presentar su volumen de ensayos Pensar a caballo, pensar sobre la almohada. En ese libro que reúne 21 trabajos, reflexiona en torno a temas como la desigualdad de género y la creación literaria. El título nace de la conjugación de dos figuras: Michael de Montaigne, considerado por muchos el padre del ensayo, y Sei Shōnagon, escritora japonesa del siglo X, autora de un diario conocido como Libro de la almohada, en donde ya escribía ensayos cinco siglos antes que Montaigne. Al miércoles siguiente, 10 de junio, Ruth presentó en la Ciudad de México otro libro de su autoría: El sotol, una historia de árido mestizaje, producto de años de investigación y que documenta, desde muy distintas perspectivas, la planta y el destilado que llevan ese nombre.
Aunque todos estos logros son más que relevantes, por razones de espacio quiero enfocarme en esta última publicación: en 110 páginas, El sotol, una historia de árido mestizaje aborda las múltiples formas en que esta planta, originaria del gran desierto de Chihuahua, ha formado parte de nuestra cultura regional. El primer paso fue deslindar las verdades y los mitos que circulan respecto a la planta y a la bebida, por ejemplo: hasta hace poco había marcas de sotol que anunciaban su producto como destilado “100 por ciento agavácea”, cuando en realidad la planta no pertenece a la familia de los agaves sino a la familia Asparagaceae, y su nombre científico es Dasylirion. También abundan quienes sostienen que el destilado de sotol es “una bebida ancestral” que preparaban las comunidades originarias desde antes de la conquista, cuando hacerlo habría sido imposible sin los alambiques que trajeron consigo los europeos.
La investigación de Ruth no se limita a eso. Abrevando de muy diversas fuentes, ha armado un libro que habla sobre el sotol, pero al mismo tiempo toma como eje la historia de la planta para perfilar nuestra cultura y nuestra identidad regionales. Vistos al trasluz de la historia comprendemos fenómenos actuales, como la compleja relación que los laguneros tenemos con la llamada “Ley Seca”. Ruth documenta que, ya en tiempos de la Colonia, las bebidas derivadas del sotol eran prohibidas por las autoridades, y sin embargo, éstas seguían vendiéndose de manera clandestina en una lucha permanente que desembocaba, una y otra vez, en la venta tolerada de bebidas alcohólicas… más un impuesto. En este sentido destaca un fragmento del capítulo VI, que consigna una historia ocurrida en diciembre de 1725 en San Felipe el Real de Chihuahua, cuando unos inspectores acuden a supervisar un negocio al que se ha señalado por vender el pan con sobreprecio, pero terminan investigando —y probando— el líquido contenido en dos misteriosos toneles. Destaca también en este libro la presencia de productos culturales ligados al sotol: uno de ellos es la entrañable novela Juegos de amor y malquerencia, de Jaime Muñoz Vargas, la otra es el canto cardenche. Destacan también los testimonios de dos activistas del sotol, quienes visualizan escenarios para el futuro de esta planta y de la comercialización del destilado. Brindemos pues por la publicación de este magnífico libro.