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Una carta y seis días de silencio

Carlos Loret de Mola

Alo largo del verano, Claudia Sheinbaum fue sutilmente mostrándose cada vez más cómoda con la idea de ejercer una presidencia dual. Una suerte de co-gobierno con Andrés Manuel López Obrador.

Tras su triunfo electoral hubo algunas señales iniciales no de pleito (eso nunca va a pasar, lo ha dejado claro) pero sí de buscar un estilo propio. Destaco dos: la manera en que se abordó la preocupación de los mercados financieros por la reforma al Poder Judicial y la primera tanda de nombramientos del gabinete con personas que no le deben todo en la vida a López Obrador. Incluso el presidente trataba de ser cuidadoso en sus expresiones públicas.

Pero conforme avanzó el verano ese sello propio se ha ido desdibujando. Los perfiles del gabinete fueron cada vez más andresmanuelistas, López Obrador ya recomienda a su sucesora que ratifique a funcionarios (y ella lo hace) y hasta empresas contratistas (y ella asiente mientras lo escucha). Y luego está el tema de los hijos.

Andy y Bobby López Beltrán publicaron en La Jornada una amplia carta buscando sacudirse las documentadas acusaciones de corrupción y tráfico de influencias. Hoy se cumplen seis días de que se publicó y hasta el cierre de esta columna, el presidente no ha dicho una sola palabra sobre esa carta. Después de anunciar varias veces en la mañanera que sus hijos la iban a publicar, AMLO no ha referido, retomado, mencionado, citado, promovido, recordado la carta. Y no es que no haya tenido espacio: desde que sus hijos difundieron la carta, López Obrador ha hablado 9 horas en cuatro mañaneras distintas.

El silencio del presidente sobre la carta de sus hijos exhibe el fracaso que fue como maniobra de relaciones públicas. En el documento, confirmaron sus relaciones personales, validaron la autenticidad de las grabaciones telefónicas que los exhiben, defendieron a sus amigos contratistas del gobierno, defendieron también las licitaciones y asignaciones que favorecieron a sus cuates, confirmaron la existencia de muchos de los negocios citados, y no se deslindaron en absoluto de quien es la pieza clave para entender la trama que protagonizan: su íntimo Amílcar Olán, la voz que ha contado con lujo de detalles la red de corrupción y tráfico de influencias que encabezan los hijos del presidente de México.

No le dijeron mentiroso a Amílcar y él es quien ha relatado todo. Por el contrario, lo legitimaron: que lo conocían de años, que era empresario que vende pisos, piedras y material para construcción en Tabasco, que sus negocios con el gobierno son lícitos, y hasta le dieron trato de víctima. La carta fue el sello del pacto de complicidad con Amílcar, quien aparece ante la opinión pública como el gran prestanombres de los hijos de AMLO. Y ese trato privilegiado recibe: no se sabe de ninguna investigación de la UIF o la FGR en su contra ni que le hayan congelado las cuentas a pesar de que en sus conversaciones telefónicas hechas públicas en Latinus (acompañadas de los documentos que prueban que no solo eran habladurías por celular) confiesa varios delitos.

La carta estuvo antecedida de una reunión clave. Bobby López Beltrán visitó a la presidenta electa de la manera menos discreta posible: paseándose ante reporteros y fotógrafos para que quedaran claros los alcances de El clan. Más empoderados que nunca.

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