En respuesta al ataque aéreo israelí del 1º de abril contra el consulado iraní en Damasco, que mató a varios generales de la Guardia Revolucionaria, el gobierno teocrático de Irán cumplió sus advertencias. Lanzó el sábado pasado, por primera vez desde su territorio, un ataque directo contra Israel. Para ello usó drones, misiles balísticos y crucero, los cuales -casi todos- fueron interceptados por los sistemas de defensa y la aviación de Israel, con la colaboración de Jordania y Estados Unidos, antes de que alcanzaran sus objetivos. Se han encendido en el mundo las alarmas ante las repercusiones de un contraataque por parte de Israel, que podría llevar el conflicto en Medio Oriente, -desencadenado por la prolongada guerra en Gaza, tras seis meses- a desembocar en una espiral de confrontaciones bélicas regionales, a una guerra abierta.
Múltiples son los antecedentes y factores que deben destacarse para poner en perspectiva la compleja situación y entender mejor los riesgos y peligros del momento presente. Los ataques de Israel contra objetivos y jefes militares iraníes, contra instalaciones militares y civiles de las organizaciones y milicias aliadas de Teherán que operan en territorio sirio, iraquí o libanés han sido constantes desde 2017. Sin embargo, el último ataque israelí contra la sede diplomática, al igual que la respuesta iraní, son cualitativa y estratégicamente diferentes. Están siendo evaluadas de manera distinta, tanto desde la óptica de Irán e Israel, como la de los países occidentales, árabes y musulmanes a la luz tanto de la enorme destrucción y trágica pérdida de vidas, la gravísima catástrofe humanitaria del pueblo palestino y las múltiples repercusiones globales, políticas y económicas de la guerra que ha arrasado la franja de Gaza, condenado en la opinión pública mundial a Israel por actos genocidas y modificando los mapas geopolíticos.
Pero ello, es insuficiente para explicar la beligerancia y la actitud desafiante del gobierno de coalición de Israel encabezado por Netanyahu, las repetidas provocaciones de Irán y sus ayatolas, ni la incapacidad y falta de voluntad de la comunidad internacional para terminar con las hostilidades y alcanzar un cese al fuego, dado el férreo respaldo militar, económico y diplomático de los Estados Unidos a Israel. Es un hecho que el conflicto se extendió desde un comienzo, teniendo varios frentes. Cada día que pasa tiene el potencial de convertirse en un conflicto internacional a gran escala, uno que podría terminar por arrastrar aún más a los países aliados y vecinos, estando directamente implicados e involucrados Estados Unidos, Reino Unido, Egipto, Jordania, Líbano, Siria, Irak, Qatar; en un segundo plano Rusia, Arabia Saudita, Yemen, Emiratos Árabes, Omán y Turquía, y en un tercero, China y la Unión Europea.
Hay la preocupación fundada ante el deterioro de la situación, las dificultades en las negociaciones y el fracaso de las medidas de disuasión. Hay el riesgo de que sus respectivos liderazgos políticos y militares se equivoquen en sus cálculos, o que finalmente sean incapaces de contener sus reacciones. Irán hizo explícito el domingo que su ataque era limitado, había alcanzado sus propósitos y concluido, argumentando haber actuado en legítima defensa, conforme el artículo 51 de la Carta de la ONU. Israel siempre será ambiguo.
Cada vez más se ahondan las divergencias entre Netanyahu y Biden, estando de por medio la aprobación, continuación, monto y oportunidad de la necesaria ayuda militar y financiera estadounidense a Israel. Está en juego la supervivencia política del primero y la reelección del segundo. A pesar de haber contribuido directa y eficazmente a la defensa en este último ataque, EU dejó en claro que no apoya ni acompañará una nueva retaliación israelí contra Irán. Washington está ejerciendo máxima presión sobre Netanyahu y su gabinete, mientras mantiene abiertos canales de comunicación indirectos con Irán.
El gabinete de guerra está considerando las opciones para dar respuesta y llevar a cabo un contraataque en represalia, el cual ocurrirá sin duda, sin saberse aún dónde, cómo y cuándo. Podría ser directamente en contra de algunos objetivos militares en Irán, una decisión en extremo grave por las consecuencias ineludibles e inconmensurables que acarrearía, o bien un ciberataque masivo; posiblemente una campaña selectiva de bombardeos aéreos con mayores alcances dirigida contra algunos de los principales aliados de Irán en los países vecinos. En cualquier caso numerosos intereses y ciudadanos estadounidenses e israelíes estarán en riesgo, empezando por las tropas estadounidenses basadas en la región, comprometiendo la formidable capacidad de respuesta naval y aérea que desde octubre mantiene en la región, precisamente con fines disuasivos.
La reunión de emergencia del Consejo de Seguridad del pasado domingo ha concitado un clamor general para reducir las tensiones de inmediato. Sin embargo, el representante permanente de Israel reclamó que nadie (entiéndase EU) puede pedirle a su país "quedarse con los brazos cruzados", mientras que el de Irán manifestó que su país "no tiene la intención de entrar en conflicto con EU en la región", advirtiendo que si (uno o ambos) fueran más allá, y hubiera operaciones contra ciudadanos o intereses iranies, ejercerán el "derecho inherente a responder en forma proporcionada".
Israel e Irán y Estados Unidos deben evitar cometer cualquier equivocación. Los dos primeros podrían quedar más aislados. El mundo y la región no pueden permitir que una guerra de sombras devenga una guerra abierta. Evitarla es una responsabilidad común. Debe lograrse inmediatamente la contención, un alto el fuego, garantizar la liberación de los rehenes, asegurar la entrega de la ayuda humanitaria y acabar con la violencia en Cisjordania.
@JAlvarezFuentes