El joven apenas duda: observa a la distancia a su objetivo -ese hombretón fatuo y mendaz a quien la muchedumbre aclama-, coloca el dedo sobre el gatillo y dispara. La bala pasa a una pulgada del tirano: esquiva a quienes lo protegen y apenas atraviesa la casaca del Duce. Son las 17:40 del 31 de octubre de 1926 -hace casi cien años- y Anteo Zamboni no se salva de la reacción de los fanáticos: primero un teniente del 56º batallón de infantería, Carlo Alberto Pasolini -el padre de Pier Paolo-, y luego un puñado de militantes fascistas, entre ellos el matón Albino Volpi -con quien no me une ningún parentesco: la rama de mi familia era toscana, la suya milanesa, y mi bisabuelo era anarquista y no fascista- se apresuran a linchar al adolescente de 15 años hasta matarlo.
Sintiéndose bendecido por la providencia, un arrogante Mussolini aprovecha el incidente para aprobar las Leyes para la defensa del Estado, mejor conocidas como Leyes fascistas, que desarticulan los últimos restos de la democracia italiana, proscriben a los partidos de oposición, crean el Tribunal Especial para la Defensa del Estado y las oficinas políticas de investigación y articulan las camisas negras, el brazo armado del régimen. Hoy, muchos consideran que Zamboni en realidad fue un héroe: en Bolonia, una calle lleva su nombre y una placa recuerda su gesto.
El paralelismo tendría que aterrarnos: el fallido disparo de Thomas Matthew Crooks -un joven apenas mayor que Zamboni- corona una aciaga temporada en la que todo se ha conjugado para que Donald Trump regrese a la Casa Blanca. La elección de tres jueces ultraconservadores a la Suprema Corte le ha permitido eludir una y otra vez la justicia: estos le otorgaron una inmunidad casi absoluta por su participación en la toma del Capitolio en 2021; el caso por el mal uso de documentos confidenciales ha sido sobreseído e incluso la sentencia por el pago ilegal a Stormy Daniels se ha pospuesto. Durante su primer debate, Joe Biden demostró una extrema fragilidad cognitiva que ha llevado a muchos demócratas a pedir su recambio y en todas las encuestas en los llamados "estados bisagra" el republicano lleva la delantera.
Igual que el Duce, Trump ha aprovechado el incidente para demostrar su fuerza y apoderarse por entero de su partido y, más allá de sus falsos llamados a la unidad, se apresta a hacer cuanto sea necesario para culminar la obra que empezó durante su primer mandato: destruir la democracia estadounidense desde dentro. Trump es -nadie debería dudarlo- un fascista de libro. Otro italiano, Umberto Eco, definió sus características: el culto a la tradición, el rechazo a la modernidad, el irracionalismo, el abandono del pensamiento crítico, el racismo, la manipulación de la frustración social o individual, el nacionalismo, el chauvinismo, la apuesta por la guerra y el anhelo de una edad de oro, el elitismo, el culto a la personalidad, el machismo, el populismo y, en fin, la puesta en marcha de una neolengua, en el sentido de Orwell, diseñada para ocultar y disfrazar sus intenciones.
El peligro para el mundo -y para México- es extremo. Pronto, las cuatro mayores potencias del planeta, Estados Unidos, China, Rusia y la India, tendrán regímenes autoritarios. Esta vez Trump no dudará en cumplir todas sus promesas, incluyendo la deportación masiva de migrantes -a quienes ha vuelto a convertir en su chivo expiatorio, como Mussolini con los comunistas o Hitler con los judíos- a nuestro país. Igual que en los años veinte, hay quienes aún creen que será posible negociar con él como lo intentó AMLO. No se dan cuenta de que su meta es que MAGA, su movimiento fascista, conserve el poder por décadas. La crisis política, económica y humanitaria que se nos viene encima no tiene precedentes: el reto para Claudia Sheinbaum es inédito, lo mismo que para el futuro canciller Juan Ramón de la Fuente -de poco sirve tener allí a Marcelo Ebrard, quien ya se sometió a Trump en el pasado-: si nada cambia, estamos a punto de enfrentar la mayor amenaza externa de nuestra historia reciente.
@jvolpi