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Verdad amarga

Vergüenza diplomática

ENRIQUE SADA SANDOVAL

Como rama del Derecho internacional, desde la creación de este concepto por parte del fraile dominico Francisco de Vitoria en el siglo XVI, la Diplomacia se define como la rama de la Política que se encarga de analizar, establecer y regular las relaciones entre países, desde las instituciones públicas, más allá de los individuos que las rigen y las conforman.

La Diplomacia se fundamenta en el diálogo y la negociación en aras de fomentar las relaciones naturales entre Estados al igual que con otras instituciones mundiales como los organismos internacionales, las organizaciones no gubernamentales y las corporaciones multinacionales, con el objetivo primordial de influir en las decisiones de otros actores para resolver controversias de forma pacífica o establecer pautas en común con la finalidad de obtener algún beneficio.

Como herramienta, su campo de acción más allá de las cancillerías de los países suelen ser los distintos foros públicos como privados en los que se extienden las condiciones y garantías necesarias, tales como la seguridad mutua, en aras de lograr acuerdos desde una base de respeto y reciprocidad entre los países involucrados y sus representantes debidamente acreditados; ya sea para establecer puentes de cooperación mutua o dirimir disputas o controversias a través del diálogo, buscando por encima de todo la resolución de conflictos de manera digna, civilizada y pacífica en lo que respecta a las partes involucradas.

Durante casi doscientos años de vida pública al igual que por tradición, México solía distinguirse por el gran nivel de sus representantes oficiales en lo que respecta a sus relaciones internacionales al igual que por la trayectoria y desempeño de sus jefes de Estado en el ámbito diplomático. Sin embargo, este sexenio la excepción a esta regla la vino a marcar el presidente saliente debido a la improvisación y los errores entre los que además de su intromisión constante y sospechosa en la vida pública de otros países hispanoamericanos destacó también por su hispanofobia negrolegendaria más rústica (propia de los libros de la SEP) con la que pretendía arrancar a España una disculpa por las supuestas crueldades cometidas durante la Conquista al principio de su gobierno: ignorando que la disculpa ya se había dado por parte de Juan Carlos I desde la Cumbre de las Américas en Guadalajara, Jalisco, en 1991.

Sin embargo, otro nuevo escándalo detonó recientemente por parte de su empleada y sucesora designada, quien para su toma de posesión pretendía invitar al Jefe de Gobierno español olvidando invitar al Jefe del Estado que está por encima del mismo y que en este caso no es otro que el Rey de España. La respuesta vino del mismo presidente español Pedro Sánchez, dándole una pequeña cátedra de derecho internacional a Claudia Sheinbaum a través de un comunicado público: "España y México somos pueblos hermanos, y por tanto nos parece absolutamente inaceptable el que se excluya la presencia de nuestro jefe de Estado", reprochando que Sheinbaum olvidara al rey Felipe VI en su toma de protesta y adelantó que en respuesta, no asistirá ningún representante de su país.

Ante el bochorno público, Sheinbaum pretendió sacudirse la falta de protocolo y su ignorancia no como un descuido sino tratando de revirar como si su omisión hubiera sido deliberada por no ofrecer la disculpa pública que su jefe había exigido de manera pueril hace casi seis años.

Como era de esperarse, esta reacción fallida habría de generar opiniones como la del célebre escritor peninsular Arturo Pérez-Reverte quien atajó al respecto de la siguiente manera: "Albergaba ciertas dudas sobre si López Obrador y Claudia Sheinbaum eran imbéciles, oportunistas, demagogos, sinvergüenzas o las cuatro cosas a la vez. Este comunicado me lo aclara todo".

En un escenario en el que los países más civilizados se han abstenido de asistir a la toma de protesta presidencial, no deja de preocupar el alto grado de aislacionismo internacional en el que México se ha visto orillado por parte del gobierno saliente tanto como por el entrante; y tanto más en el caso de España tanto como en el de los Estados Unidos por los lazos culturales y de sangre que nos unen con el primero, así como los lazos comerciales que nos vinculan con ambos.

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