"Llegar a la hora del fraile" fue una frase popular que alegaba a la costumbre de los clérigos de presentarse en las casas, justo al mediodía, para hacerse invitar a compartir la comida. Un gran sentido de la oportunidad.
En cierta ocasión un aldeano vasco estaba compartiendo su mesa con dos frailes que lo habían visitado justo en su hora de almuerzo. A la sobremesa, se pusieron a conversar amablemente y un tema llevó al otro. En esta especie de esgrima, uno de los religiosos le preguntó si sabía la distancia que había entre la luna y la tierra.
El hombre le respondió que no sabría calcular la distancia, pero estaba seguro el tiempo que tardaría algo en llegar desde la luna a la tierra.
¿Cómo? Imposible, le contestaron a coro.
Les explicó con un tono pedagógico: Si tirásemos a un fraile a las doce menos cuarto, seguro, sin duda, lo tendríamos sentado en la mesa de un feligrés, a las doce en punto.
Y dicho esto, se echó a reír con ganas.
Algunas personas son como esos clérigos de la edad media, siempre acuden puntuales para presentar una demanda o una necesidad. Manejan el arte de la persuasión, actúan con precisión y pericia para obtener un beneficio. Son demandantes crónicos y oportunistas, pues suelen obtener detalles o ventajas que les son útiles.
También hay personas que actúan exactamente al revés. A la hora de prestar un servicio o invitar a su mesa, siempre encuentran una excusa para no hacerlo. Son cultores incansables de la mala voluntad. Producen fastidio, agotamiento, enojo. Parecieran disfrutar de su pequeña dosis de poder en el instante mismo de sostener una traba.
Desarrollan la habilidad de eludir una prestación sin una pizca de arrepentimiento. No se puede contar con ellos en absoluto, sean compañeros, amigos o parientes.
Si los arrojásemos desde la luna, seguramente caerían sobre la cabeza de alguien desprevenido y le presentarían LA EXCUSA PERFECTA.
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